Buenos Aires - 2020
186 páginas, 21 x 14
ISBN 978-987-8320-08-3
Traducción: Soledad Marambio
VII.
PERO PARA HONRAR A LA VERDAD QUE ES TERSA DIVINA Y VIVE ENTRE LOS DIOSES DEBEMOS (CON PLATÓN) DANZAR LA MENTIRA QUE VIVE ABAJO ENTRE MASAS DE HOMBRES TANTO TRÁGICOS COMO RUDOS¨
Todo mito es un patrón perfeccionado,
una propuesta con dos caras,
que permite a su ejecutante decir una cosa por otra, llevar una vida doble.
De ahí la idea que surge temprano en el pensamiento antiguo de que todos los poetas son mentirosos.
¿En realidad qué une a palabras y cosas?
No mucho, decidió mi marido
y procedió a usar el lenguaje
de la manera en la que Homero dice que lo hacen los dioses.
Todas las palabras humanas son conocidas por los dioses pero tienen para ellos otros significados completamente distintos junto a nuestros significados.
Pasan de uno a otro a voluntad.
Mi marido mentía acerca de todo.
Baila conmigo, por Mercedes Halfon en RADAR
La belleza del marido es el primer libro de Anne Carson que se tradujo al castellano y publicó en 2003. El libro se leyó, agotó y convirtió en inhallable hasta que el año pasado volvió a salir por la misma editorial (Lumen) con una traducción nueva. Siempre hablando de libros impresos en España y distribuidos en Latinoamérica con ediciones caras, diríamos prohibitivas. Por eso también había comenzado a circular un PDF del libro, que viajaba subrepticiamente de computadora a computadora, de celular a celular –a veces la necesidad de leer supera el poder adquisitivo del lector ¡Perdón, autores! lo hacemos por amor. Hay que decir que entre el 2003 y el 2019 la figura de Carson, ya central en las letras anglosajonas, comenzó a tornarse menos secreta en nuestra lengua. Se tradujo y editó entre otros su ensayo Eros dulce amargo, El ensayo de cristal , Rec Doc (Bajo la luna, 2018). Y luego la editorial argentina Zindo & Gafuri inició una seguidilla de publicaciones con primero el bello y excéntrico Charlas breves (2015) luego La caída de Roma (2018) y así llegamos a la flamante edición de La belleza del marido.
Anne Carson vino a Buenos Aires en 2018 para la edición del Filba y su llegada fue como la de una estrella de rock, con la sola diferencia que ella cultiva un perfil elegante y de pocas palabras sobre sí misma o su obra. Las entrevistas que dio fueron ásperas, difíciles. Como si dijera: lo que hay que saber de mí es lo que está en los libros. Por eso también, a pesar de tener un recorrido literario y académico prestigioso, la biografía que planta en la solapa de cualquiera de sus títulos es de una austeridad conmovedora. Sumemos aquí algunos datos: nació en Toronto en 1950, es ensayista, traductora y poeta, se formó en lenguas clásicas y trabajó como profesora en las universidades de Michigan, NYU, Princeton y McGill. Pero nada de eso aparece en la solapa del libro que tenemos entre manos. Ahí dice sólo: Anne Carson nació en Canadá y enseña griego antiguo para ganarse la vida.
Con esta nueva edición de La belleza del marido es posible transportarnos a aquel primer momento: el universo teórico y gramatical de Carson desplazándose como una nube densa hasta nuestro territorio lingüístico. Podemos detenernos ahí, en el impacto de esas páginas, un libro de poesía con una estructura extraña, autoreflexiva y serial. Cada poema comienza con un epígrafe de John Keats, un número y un título largo, de varias líneas, que podría ser un poema en si mismo. Pensar particularmente en el subtítulo del libro “Un ensayo ficticio en 29 tangos”, porque son tantas las contradicciones o paradojas que nos plantea, que es evidente que estamos frente a un objeto complejo, ciertamente enigmático, de un brillo opaco, esmerilado, con muchas entradas posibles. Observar también cómo resuena aquí, donde el tango es la música urbana por excelencia, el sonido de muchas épocas, de todas quizás.
El primer verso del poemario dice: “Una herida da su propia luz” porque lo que leeremos es lo escrito a la luz de una herida, el dolor de quien escribe (¿la poeta? ¿La narradora? ¿La esposa? ¿la ensayista? ¿la mujer?), en la salida de un matrimonio extenso y lacerante. Una relación de décadas de las que ella –primero fascinada, luego horrorizada– intenta escabullirse sin éxito. “El matrimonio es el lugar oscilante” dice también, en ese primer poema. Algo que brilla como una herida, pero que también parpadea, y entre luz y sombra tiene lugar la historia de amor. La autora se pregunta constantemente por que amó a ese hombre desde la niñez hasta la edad madura. Y se responde que por su belleza. “La belleza convence”, dice en otro poema. Es a la luz de la afirmación clásica de Keats «La belleza es verdad y la verdad belleza, no hace falta saber más que esto en la tierra.» que está escrito todo el volumen.
“Tango que me hiciste mal y que, sin embargo, quiero” dice la letra de Apología del tango. Y aquí sería posible remplazar tango por marido. En los 29 poemas del libro se recorre la historia de una pasión compleja, que ella elije pese a muchas oposiciones, principalmente la suya. “Tango triste y severo danza de amor y muerte danza de noche y de hombres danza de la cocina oscura de la pobreza del deseo” es el título del poema XXV y nos ilumina porqué Carson decide llamar tangos a sus poemas de este libro, porqué en este texto donde se realiza la autopsia del que probablemente sea su gran amor y en el que habla descarnadamente de sus fallas, elije de fondo a esta música quejosa y resentida, cuyo baile siempre tiene en el centro la seducción.
Pero más acá de la historia están los poemas y más acá de los poemas están los versos, y más acá de los versos está la conjunción de, por ejemplo, sustantivo y adjetivo, la forma tan propia y enrarecida que tiene Anne Carson de construir sus frases. Las asociaciones bellas y voladas, con algo de John Ashbery, algo de Wallace Stenvens, pero a la vez tan dramáticas y pregnantes que nos hacen pensar en Emily Dickinson y las hermanas Bronte. Este libro particularmente conmueve porque la que habla está o es una herida, a la vez que desorienta en cada página. A veces el punto de vista muta de la esposa al marido, del marido a un amigo de ambos, o una mirada externa que los ve; sumidos en las cavilaciones de sus cuartos, mientras afuera reina la oscuridad. En una entrevista que hizo con Paris Review, Carson dijo: «Quizás se trate del libro donde más cerca he estado de encontrar una voz que no soy yo pero es mía. Es curioso, tratándose de un material tan privado. Quizás se trata de profundizar tanto en el centro hasta atravesarlo. Salir por la espalda hasta una posición neutral».
Puede ser una explicación o no de la eficacia de este libro. Una forma aérea de habitar el mundo de las confesiones. De las muchas entradas posibles a esta autora –para muchos la más importante poeta en lengua inglesa—La belleza del marido es una privilegiada. Simplemente por lo que la misma Anne Carson dice en sus páginas. La belleza convence.
Anne Carson, por Silvina Friera en Cultura y Espectáculos, Página 12.
“Somos el muñón del lenguaje”, concluye Anne Carson en una de sus bellas miniaturas, sus Charlas breves (Zindo & Gafuri), donde se potencia el mundo griego (tradujo a Safo, Eurípides y Sófocles, entre otros) con lo contemporáneo y lo íntimo. Como si su anómala excentricidad, su modo de asociar libremente poesía, traducción y ensayo, lograra crear una erudición amable que le permite ser profunda y legible.
La poeta canadiense, que el próximo domingo cumplirá 70 años, ganó el premio Princesa de Asturias de las Letras. Carson “ha alcanzado unas cotas de intensidad y solvencia intelectual que la sitúan entre los escritores más destacados del presente”, según el acta del jurado, presidido por el director de la Real Academia Española (RAE), Santiago Muñoz Machado. “Desde el estudio del mundo grecolatino ha construido una poética innovadora donde la vitalidad del gran pensamiento clásico funciona a la manera de un mapa que invita a dilucidar las complejidades del momento actual. Su obra mantiene un compromiso con la emoción y el pensamiento, con el estudio de la tradición y la presencia renovada de las Humanidades como una manera de alcanzar mejor conciencia de nuestro tiempo”, agregó el jurado.
Carson –que nació en Toronto el 21 de junio de 1950- tenía 15 años cuando se encontró con una edición bilingüe de los poemas de Safo. Las letras del alfabeto griego le parecieron dibujos fantásticos. “Yo era una adolescente desafecta necesitada de estímulos. La visión de las dos páginas yuxtapuestas, una de ellas un texto impenetrable pero de gran belleza visual, me cautivó y me compré el libro”, recuerda la poeta. El complemento perfecto a ese hallazgo fue la excéntrica profesora de latín que se ofreció a darle clases a la hora del almuerzo. “Se llamaba Alice Cowan y le debo mi carrera y mi felicidad”, reconoce la poeta y ensayista. Después de la escuela secundaria, se matriculó en lenguas clásicas en la Universidad de Toronto y cursó un doctorado en St. Andrews (Escocia). En su primer libro Eros, el dulce-amargo (1985), publicado por Fiordo con prólogo y traducción de Mirta Rosenberg (1951-2019), explora el concepto griego de Eros –cuyo significado es carencia- y ofrece una bellísima meditación sobre el amor y el deseo. “Me gustaría aprehender por qué razón estas dos actividades, enamorarse y llegar a conocer, me hacen sentir genuinamente viva. Hay en ellas algo electrizante”, señala hacia el final del libro.
“Me considero más una artista de la imagen que de la palabra. Me imagino que las cosas son dibujos. Para mí las ideas son imágenes y las frases abstracciones de ideas que se concretan gracias a la gramática y la sintaxis”, revela Carson, que enseña Literatura Clásica en la Universidad de Michigan, y estuvo en Buenos Aires en 2018, invitada por el Festival Internacional de Literatura Filba. Su libro más conocido es Autobiografía de Rojo, “novela” en verso en la que reescribe el mito de Hércules y Gerión en clave homoerótica. “Es el único libro que me piden que firme cuando leo en público. A veces pienso que debería haber dejado de escribir después de publicarlo”, ironiza Carson, autora también de La belleza del marido, un ensayo narrativo en “29 tangos”, con el que obtuvo el premio T.S. Eliot de poesía, concedido por primera vez a una mujer; y Nox (noche en latín), libro que escribió a raíz de la muerte de su hermano Michael. “En La tarea del traductor Walter Benjamin proclama la existencia de un lenguaje sagrado. No estoy segura de creer en algo así, pero por mi formación como clasicista siempre he tenido que leer textos bilingües, en los que los dos idiomas aparecen en páginas enfrentadas –dice Carson-. En mi opinión, la verdad no está en ninguno de los dos sino en el espacio que media entre ellos, constituyendo un tercer lenguaje”.
Princesa sin corona, por Daniel Gigena en Las 12
“¿Es la inocencia tan solo uno de los disfraces de la belleza?”, se preguntaba Anne Carson (Toronto, 1950) en uno de los versos de La belleza del marido. Un ensayo en 29 tangos (2001), título con el que obtuvo su primer reconocimiento internacional al ganar el premio T. S. Eliot. Fue la primera mujer en recibirlo. Se podría decir que mediante su escritura, a través de un recorrido por el universo de la cultura grecolatina, la poesía anglosajona y la literatura escrita por mujeres, Carson se prueba y renueva esos disfraces. En Eros, el dulce-amargo (1986), traducido en la Argentina por Mirta Rosenberg y Silvina López Medin, el móvil era el deseo en la literatura griega. Ahí convergían su amada Safo, Catulo, Platón, Sigmund Freud, Marcel Proust y Roland Barthes, entre muchos otros. “Damos por hecho, tal como lo hizo Safo, la dulzura del deseo erótico; su carácter placentero nos sonríe. Pero la amargura es menos obvia”, escribió. En El ensayo de cristal (1995) confronta a una mujer recién separada, admiradora de Emily Brontë, con la vejez y la enfermedad de los padres y la experiencia de su ruptura sentimental. Carson enhebra recuerdos, voces y sentimientos con una ambigüedad impávida: “y el consenso general es que en sus 31 años Emily no tocó un solo hombre./ Dejando el sexismo banal de lado,/me tienta// leer Cumbres borrascosas como un acto de venganza acumulada/ por toda esa vida que a Emily se le negó./Pero la poesía muestra rastros de una explicación más profunda.// Como si para algunas mujeres la rabia pudiera ser una especie de vocación./ Un pensamiento escalofriante”, se lee en la versión inédita de la poeta Sandra Toro.
A partir de Autobiografía de Rojo. Una novela en verso (1998) la canadiense fortaleció el elemento narrativo en su obra; en esa elogiada obra reescribe el mito de Hércules y Gerión en la figura de dos jóvenes enamorados (la historia de ambos continúa, décadas después, en Red Doc, de 2013, traducido por Verónica Zondek). Carson aborda siempre el amor, el éxtasis y el suplicio de la experiencia erótica con una distancia erudita e ingenua, que le permite hacerse preguntas y formular hipótesis paradójicas: “la costumbre humana/ del amor equivocado”.
A mediados del mes pasado, Carson volvió a ser consagrada con un premio internacional: el Princesa de Asturias de las Letras. “Ha alcanzado unas cotas de intensidad y solvencia intelectual que la sitúan entre los escritores más destacados del presente”, reza el acta del jurado. Una poeta que aprendió a amar la lengua griega cuando era una niña, la Marcel Duchamp de la literatura contemporánea, se convierte ante nuestros ojos en uno de los primeros clásicos del canon literario del siglo XXI.
En 2010, después de la muerte de su hermano (al que no veía desde hacía años), publicó Nox, una elegía inspirada a la vez en los objetos que le habían pertenecido y en un poema que Catulo dedicó a su hermano muerto. En el juego de traducciones del poeta latino y del idioma transfigurado de las cosas, la poeta-hermana excava en una vida bajo el influjo de noche. “Perseguir los significados de una palabra, perseguir la historia de una persona, inútil esperar que llegue un torrente de luz. Las palabras humanas carecen de interruptor principal. Tan sólo son chispazos en la oscuridad”. La poesía y la traducción son linternas para avanzar de un mundo a otro.
En la década de 1970, una joven Carson estudió letras clásicas en la Universidad de Toronto y luego profundizó su conocimiento del griego en la Universidad de St. Andrews. Como señaló la escritora María Negroni, su obra se puede leer como una extensa glosa a los orígenes de la cultura occidental mediante un “tercer lenguaje” (el de la poesía). “Toda precisión tiene que ser inventada”, declaró sobre el oficio de escribir, que no consiste solamente en yuxtaponer tradiciones sino en inventar o “decrear”. Esto insinúa en Decreación (2005), donde aspira a “crear una especie de sueño de distancia en el cual el yo es desplazado del centro de la obra y quien dice desaparece en el decir”. Para lograrlo, apela al libreto operístico, el guion televisivo, las anécdotas personales y los comentarios de lecturas de Homero, Longino, Samuel Beckett, Virginia Woolf y Simone Weil. Charlas breves (2015), traducido por Ezequiel Zaidenwerg, ofrece una serie de disertaciones formales y deslumbrantes sobre casas y los viajes, la lluvia, las orquídeas y los muertos: “Mi madre nos prohibía caminar para atrás. Porque eso hacen los muertos, nos decía. ¿De dónde habrá sacado aquella idea? Tal vez de alguna mala traducción. Los muertos, finalmente, no caminan hacia atrás, sino más bien detrás de nosotros. Carecen de pulmones y no pueden llamarnos, pero amarían que nos diéramos vuelta. Muchos de ellos son víctimas del amor”.
En español también se puede leer su ensayo poético (y documental y libro de peregrinaje espiritual) Tipos de agua: el Camino de Santiago (2018), donde la metáfora del viaje define una propuesta estética: “Después de todo, la única regla para viajar es: No regreses por el mismo camino. Toma uno nuevo”. Cada libro de Carson representa una novedad y un principio. En 2018, participó del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires y fue entrevistada por la poeta Silvina Giaganti . “No se escribe la vida de uno mismo, ni siquiera las memorias –dije en aquella conversación acerca de la instancia autobiográfica en su obra-. El lenguaje es una forma de moldear las cosas, no tengo una respuesta certera; es misterioso también para el escritor. Tal vez me interesa más ocultar que a otros autores, cómo mi vida se trama en el pensamiento de una historia de algo que no soy yo”.
Es además profesora errante en varias universidades de América del Norte, donde da clases de griego antiguo, escritura y traducción, arte y ciencia. “Durante mi maestría de escritura creativa en la NYU, viví la onírica experiencia de tenerla como docente –cuenta la poeta y traductora Silvina López Medin-. En su clase nos incitaba a tomar riesgos, a buscar formas de pasar la poesía a tres dimensiones, a las colaboraciones. Todos aspectos centrales de su obra: el riesgo, el quiebre de las dos dimensiones de un texto y, en años recientes, sus trabajos con artistas como Jenny Holzer, Laurie Anderson y Lou Reed, la compañía de danza de Merce Cunningham, y con su pareja Robert Currie. Hablaba de buscar las ‘fracturas’: abrir un espacio a lo inesperado. Cuando le pregunté cómo no repetirse, cómo se sostiene la escritura, me habló del lado C, ni A ni B sino C: seguir buscando lo que no se logra encontrar”. Hay más lecciones en la aguda obra de Carson, Princesa de Asturias a los 70 años.
Delicada y desafiante Anne Carson, por Ivana Romero para Revista Ñ
Letras mayúsculas (muchas, demasiadas) en cada palabra y cada oración. Sin embargo, la firma era breve: ac. Dos iniciales minúsculas, casi como un susurro o una marca de agua. O quizás, el intento de que la escritura deje de ser representación y se convierta en gesto musical, caprichoso, inaprensible. Lo cierto es que esos mails enviados por Anne Carson eran desconcertantes. Y el cronista Sam Anderson –en uno de los pocos perfiles periodísticos de la poeta, publicado en The New York Times hace unos años– pasaba largo rato frente a la pantalla.
Quería descifrar los textos, tan amables como crípticos, que ella enviaba desde Canadá tras vencer sus reparos con la prensa. Carson podía responder de modo escueto si tenía mascotas (no), o echar chispas al momento de explicar lo que significa escribir: una lucha por arrastrar un pensamiento a la zona de la gramática, del sentido. Esta tarea es inagotable e imposible: “Toda precisión tiene que ser inventada”, aseguró.
Por esa capacidad de invención, que une emoción y pensamiento, Carson acaba de obtener el Premio Princesa de Asturias de las Letras. En octubre, si la pandemia escampa, podrá viajar de Montreal, donde nació en 1950, a España y recibir el premio de manos de los reyes, cuyos antepasados aparecen mencionados en el recientemente traducido Tipos de agua. El camino de Santiago. Se trata de un diario de viaje publicado a mitad de los 90, con edición en español al cuidado de Vaso Roto (que en octubre publicará Economía de lo que no se pierde, sobre las negociaciones que establecen los artistas con su entorno).
Entre sus múltiples capas de sentido Tipos de agua puede ser leído como evocación de Basho y otros poetas japoneses trashumantes del siglo XVII. Sin embargo, el campo de estudio y referencia constante de esta poeta, por los cuales adquirió prestigio a lo largo del mundo, es aún anterior: se remonta a la Grecia donde los dioses y los hombres disputaban un territorio común.
“La enseñanza del griego antiguo es su sustento de vida”, se puede leer en la retiración de tapa de sus libros junto a sus datos de nacimiento. Y nada más. Esta es una pudorosa manera de evitar mención de los títulos que acumula en su formación en letras clásicas. Carson también omite de manera deliberada los lugares donde ha enseñado, como Princeton, la Universidad de Nueva York o la de Michigan.
Todo esto ratifica, además, el dictamen del jurado español, que subraya la referencia helénica: “Desde el estudio del mundo grecolatino, Carson ha construido una poética innovadora que invita a dilucidar las complejidades del momento actual”.
Y es que con su erudición notable, ella ha sido capaz de devolverle vitalidad al pensamiento clásico; por ejemplo, mediante el exhaustivo análisis del amor a través del papel de Eros, por medio de ejemplos de tomados de Platón y otros clásicos pero sobre todo de Safo. Esta investigación tuvo una primera síntesis en Eros, el dulce-amargo, una tesis de doctorado que publicó a mediados de los ochenta, editada en castellano por Fiordo en 2015.
La escritora ya desafía allí cualquier categorización de géneros, mezclando materiales que parecen poesía con otros que provienen de ensayos, guiones y aún libretos de ópera. Así, tanto ese libro como su obra posterior, devienen inclasificables, indagando el modo en que los géneros pueden transformarse en espacios abiertos e insumisos donde el pasado convive libremente con Gertrude Stein, Roland Barthes, Marcel Proust e incluso Marilyn Monroe.
Ella ha intentado desmarcarse tanto de la idea de un pensamiento congelado en Eros, el dulce-amargo como de la distancia que pueden producir textos considerados “crípticos y pretenciosos” por cierto sector de la crítica. “Mi idea es llevar al lector por un camino que yo transito y si lo pierdo, es como si perdiera el rumbo. No quiero ser oscura, no es mi intención”, le dijo a Silvina Giaganti durante una entrevista pública en Buenos Aires, en el marco del Filba, en 2018.
Claro que con el paso de los años, la solidez de su obra trazó una senda que aún en su singularidad, fue reconocido con una docena de premios. A la vez, Alice Munro, Harold Bloom y Susan Sontag han defendido su escritura. “La sensibilidad de Carson es una de las más inventivas y astringentes de todas las letras modernas”, afirmó George Steiner. Ella parece observar estos debates con distancia. Sin embargo, no renuncia al humor ni al delicado desconcierto que provoca en sus selectas audiencias.
Al inicio de sus conferencias, por ejemplo, comienza leyendo algunas de sus “short talks” (compiladas en el libro Charlas breves, aquí editado por Zindo y Gafuri) pidiéndole al público que repita frases caprichosas porque cree “que es necesario mantener el diálogo”.
Puede ser brillante hablando de las líneas recobradas de Safo o describiendo el verso libre, pero no se priva de erosionar la solemnidad con una sutileza que en general pasa desapercibida. “Las palabras rebotan de manera caprichosa. Si dejás que suceda, las palabras harán lo que quieren y lo que deben”, escribe en Autobiografía en rojo, uno de sus textos consagratorios, seguido por Red Doc.
Sus libros comenzaron a ser traducidos en español a comienzos del 2000. Sin embargo, en nuestro país quien puso a Carson en la escena fue la traductora y poeta Mirta Rosenberg. A fines de 2007 publicó en Diario de Poesía, donde era editora, un dossier con las charlas breves (a las que denominó “poemas en prosa”) junto a un fragmento de Decreación, ensayo en el que Carson analiza el vínculo de Safo, Simone Weil y Juana de Arco con el éxtasis místico.
En Variaciones sobre el derecho a guardar silencio (Cuadro de Tiza, 2016), se detiene en la imposibilidad de traducir ciertas palabras del griego clásico y la fascinación que le provoca ese saber escondido que no desea ser desencriptado. En El ensayo de vidrio –un poemario del que la traductora Sandra Toro hizo una muy buena versión en su blog El Placard– retoma esa idea; esta vez, al evocar a Emily Brontë.
En el silencio que la autora de Cumbres borrascosas construyó a su alrededor subyace, según Carson, una cualidad de observadora. “Observaba los barrotes del tiempo, que rompió./ Observaba el corazón pobre del mundo,/ abierto de par en par”, escribe. Y agrega: “Ser una observadora no es una elección./ No hay dónde escaparse de eso/ ni saliente a la que trepar, como un nadador/ que al atardecer sale del/ agua sacudiéndose las gotas”.
Trascendiendo los bordes, Anne Carson se interna más allá de la rompiente. De allí vuelve con un puñado de palabras que reinventan la realidad. También el lenguaje, ese gesto que se fuga: ella lo deja hacer, y se convierte por decisión propia en observadora de lo innombrable.
La belleza del marido, por Toni Santillán en La lechuza Blog
Cuando uno piensa en JRJ o en Vicente Aleixandre uno los piensa como poetas, no pudieron ser otra cosa, y su poesía, una irrupción de lo sublime en la banalidad del mundo. En general, así imaginamos la poesía y así la leemos, sin lindes, etérea, como un zepelín angélico. Es evidente, que no siempre ha sido así y que nuestros poetas, en los 50, pusieron pie a tierra, aunque sus poemas globulares, ocupando espacios breves y formales en las páginas en blanco, aún nos siguiesen pareciendo objetos de un mundo intangible.
La belleza del marido, de Anne Carson es otra cosa. No es un libro de fragmentos como acostumbran los libros de poemas, cuenta una historia de principio a fin, basada en la experiencia, ocre y terrosa, burbujeante y fría, de la autora o de la narradora, suponemos, y medita sobre ella, situándola en el amplio espacio de la historia cultural, punteada por las descargas eléctricas de la poesía. La historia pudiera parecer breve, pero no lo es. Quizá, si fuese una novela convencional, lo fuese, pero las escenas de la relación apasionada entre la narradora esposa y el bello evocado marido, dispuestas en un orden poético y no narrativo, adquieren tal densidad, gracias a la elipsis y la metaforización, que el lector, cada lector, al hacer suya la experiencia, multiplica las posibilidades de evocación. Es una historia trágica y feliz a un tiempo, la vida es trágica porque siempre acaba mal, pero el recuento poético de lo vivido siempre es feliz. La vida es feliz si hay encantamiento, es lo que le sucede a la narradora que a los quince años, “desprotegida frente a la existencia”, una tarde en que el profe de latín explica la perifrástica pasiva vuelve la cabeza y descubre la belleza. Eso le enciende la vida, pero la belleza es tan deslumbrante como esquiva, tan seductora como desleal. El encuentro con la belleza termina en boda y lo que sigue es el inútil intento por fijar la belleza en tierra. La narradora, con Keats, está convencida de que la belleza es verdad, (“Beautyis truth, truth beauty, —that is all / Ye know on earth, and all ye need to know”. “Labelleza es verdad y basta”), pues “La existencia depende de la belleza”. Keats es el geniecillo travieso y bailón que le sopla al oído el comienzo de cada tango. Un ensayo narrativo en 29 tangos, subtitula. Pero la belleza como la poesía no se pueden guardar en una urna para el disfrute personal, su persecución nos hace tan felices como infelices.
El recuento de lo sucedido se hace muchos años después (“¿Cuál es la índole de esta danza llamada memoria?”), el poema supura por la herida (“El dolor permanece / la belleza no permanece”), pero la “herida arroja luz propia”. Entre la reflexión y la frágil evocación de la memoria, la poeta se pregunta cómo pudo suceder, por qué, “como muchas esposas elevé al marido a la altura de Dios”. El marido era un mentiroso, un apostador, desatento, infiel con muchas mujeres, ¿dónde residía su fuerza?, “¿cómo consigue alguien tener poder sobre otro?”. A la fuerza de la seducción que se hace sexo (“Como el temblor del ciervo que se aleja en el bosque a finales de invierno / El sabía que destruiría al ciervo”) se oponen los avisos del abuelo del marido que le dice que no se case, de la madre (“abolir la seducción es la meta de una madre”), que no entiende cómo puede verse atraída por alguien que se llama X, del propio amigo del marido Ray, ese Ray, tan atento y servicial, que escucha y confiesa, que ve sus cicatrices, pero “la seducción de la fuerza viene de abajo”, cuando él la toca con el dedo ella ladra, y contra eso qué se puede hacer. Compara, Ray, “el pobre placer del hombre pobre”, el marido, “casi nunca estaba triste un dios le guiaba”. La narradora evoca la historia con pena y vergüenza, pero con ironía: “Blame and shame are the name of the game”. Una historia de dolor y celos, dura, cuando se da cuenta de que todo se ha acabado, dice: “un barco frío zarpa de algún lugar dentro de la esposa / rumbo a un horizonte plano y gris”.
Anne Carson va articulando el discurso poético a lo que necesita para cada ocasión, “la ficción da forma a lo que necesitamos”, dice. Marcando con ironía las cesuras, las pausas, entre lo evocado y lo que pudo ser, entre el hálito poético y la reflexión sobre cómo se construye el poema y se tejen los sentimientos. Es memorable, por ejemplo, cuando siguiendo el juego de la asociación de Aristóteles, va del posible principio de libertad proclamado entre dos personas a la esclavitud de la mujer o cuando él le escribe desde una taxi que ella es para él “el sabor de tus piernas”, en el preciso momento en que ella, en la otra acera, va a entregar los papeles de divorcio. La poeta, el poema, la vida son contradictorios hasta el final: “La función principal de la escritura es esclavizar a los seres humanos” / “Pero las palabras son un trigo extraño y dócil, se inclinan sobre la tierra”. Al final, después de tantos años, el libro se cierra con una dedicatoria al marido infiel, a la belleza del marido: “Mírame doblar ahora esta página / para que pienses que eras tú”.
Anne Carson
Nacida en 1950 en Toronto (Canadá), es poeta, ensayista, traductora y profesora de literatura clásica y comparada en la Universidad de Míchigan. Entre sus obras se destacan: “Glass, Irony, and God”(2002), “Autobiography of Red: A Novel in Verse” (1998), “If Not, Winter: Fragments of Sappho”(2002), “Grief Lessons: Four Plays by Euripides” (2006), “Nox” (2010). Algunas de las numerosas distinciones recibidas por su celebrada trayectoria son: la Beca Guggenheim (1998), la Beca MacArthur (2000), el Premio de Poesía Griffin por “Men in the Off Hours” (2001), el Premio T.S. Eliot por “The Beauty of the Husband” (2001) y el PEN Award for Poetry in Translation (2010).
Su libro “Shorts Talks” (Charlas Breves, 1992) también forma parte del catálogo de Z&G.