Sinopsis: Urban Color está conformada por una selección de fotografías a color en gran formato, tomadas a fines de los años 70 y principios de los 80 en Chicago y Nueva York. Sus paisajes urbanos describen con exactitud la luz, las estructuras y la paleta de color de estas ciudades durante dicha época. (Fotografías) está compuesto por 38 piezas en blanco y negro en formato pequeño. Sus paisajes pueden ser radiactivos. En un texto imperdible colgado en Transtierros, Diego L. García menciona que el proceso de escritura de un poema abre un protocolo cuyo fin es que el texto en cuestión pueda insertarse dentro de ese cuerpo al que solemos llamar poesía. Dicho protocolo implica desde luego jugar con una serie de convenciones que podrían resumirse en lo que él llama —ácidamente— El Club de las Expectativas. ¿Qué suelen hacer los miembros de ese club? Adaptar sus textos para que se ajusten a una idea común, o lo que es igual: moldearlos de modo que se parezcan a lo que se supone debe parecerse la poesía.Eludir ese proceso no es opción, claro; algunas marcas son necesarias. Sin embargo, es posible saltarse algunos movimientos; es posible elegir cuándo ir con la corriente y cuándo la escritura debe convertirse en salmón nadando río arriba. En el caso de Diego, los momentos a contrapelo de las expectativas vienen uno tras otro, haciendo que los textos se desarrollen en zonas poco transitadas, donde nunca sabemos bien qué es lo próximo que ocurrirá.
Un hombre escalpado se cuela a una fiesta de cumpleaños.
Hay escrituras que son cuerpos puntiagudos. No están hechas para acariciar al lector y tampoco para ser colgadas en la pared de la sala. Encontrarlas arroja siempre experiencias extrañas y poderosas.
En su ensayo “El elemento irracional de la poesía”, Wallace Stevens lanza una bola de demolición hacia los poetas demasiado seguros del lugar en el que están parados: A medida que un hombre se familiariza con su propia poesía, ésta se vuelve tan obsoleta para él como para cualquier otro. De ello se deduce que la renovación es uno de los móviles de la escritura. Stevens deja claro es que la inmovilidad conduce a la obsolescencia. El poeta que conoce demasiado bien su propio juego llega inevitablemente a un punto muerto.
Ejercicio: encuentra al objeto lírico del poema de la página 6.
Una de las virtudes de (Fotografías) es precisamente cómo la escritura de Diego se renueva en relación con sus trabajos anteriores (Esa trampa de ver y Una voz hervida, por ejemplo); si bien conserva varios rasgos distintivos, algunas dimensiones desaparecen y se añaden otras, de modo que su tensión es distinta. La de este libro es una escritura menos rota y elíptica, con una mayor carga narrativa; podría decirse que su nivel de opacidad desciende, aunque no por ello pierde filo; se sigue tratando de una poesía singular en la que se lleva a cabo un desmontaje de ciertas nociones demasiado asentadas dentro de la escritura poética. Hay una renuncia al embellecimiento gratuito, al regodeo musical, a la elevación, a los remates espectaculares, al tono ultra-pop o cómico. Esto resulta en algo completamente alejado de las estéticas de moda de la poesía argentina (y latinoamericana), ya sean imitaciones de Mariano Blatt, Fabián Casas o muestras de “objetivismo confesional”.
Animal equinodermo, de cuerpo hemisférico protegido por un dermatoesqueleto calizo formado por placas poligonales y cubierto de espinas articuladas, con la boca en el centro de la cara inferior y el ano en el de la superior. De la boca al ano se extienden cinco series dobles de piezas ambulacrales.
Wayne Sorce captura el espíritu de Nueva York y Chicago en los setenta / y lo mete en frasquitos / para olerlo cada noche / antes de dormir.
Los poemas de Diego son articulados desde lugares en movimiento, por lo tanto surgen de una inestabilidad que los vuelve impredecibles. Las ideas vienen en cascada, cambian de dirección, desaparecen. Esta inquietud se ve aumentada por la consigna de trabajar lo menos posible con efectos dados de antemano, con relaciones desgastadas por el uso.
Mira cómo las palabras toman el espacio a la perfección, es sorprendente: No gires a tu izquierda, No camines, Barbería, Tienda de humo. Las casas, los coches y sus hermosos colores también se ven estupendos. Es curioso, pero las que no parecen encajar tan bien son las personas.
Alguien recoge materiales del vertedero de lo no-poético. Al final construye una catapulta con ellos.
Hola, soy un poema, lee entre mis líneas, sorpréndete con la fuerza de mis silencios, disfruta de mi belleza, de mi música. ¿Todavía estamos grabando?
No forzado / ni invitado, sino captado mientras ocurre.
Parte de lo que está en juego en estos poemas de Diego es de la misma naturaleza que lo que está en juego en las fotografías de Sorce: la apertura al accidente, a la contingencia; algo no aprehendido sino libre / a la acción de lo espontáneo. Escribir contra las expectativas también es encontrar brillo en lo que parece no tenerlo.
Caminas por la playa y ves algo extraño. Tiene púas alargadas. Te detienes.
hay demasiadas reglas en este juego. / a veces pienso que no estaría mal / arrojar los dados muy lejos / y correr en los charcos
Comencé a pensarlo, a anotarlo, en los momentos que acompañaron por fuera la internación de mi abuela en el sanatorio Güemes, por una caída y rotura de cadera: en los pasillos, en los bares, en la puerta mientras bajaba a fumar. Al principio iba sobre los mecanismos de represión de las instituciones médicas, sobre la intervención del cuerpo, sobre los controles policíacos a los pacientes y acompañantes. Luego, siguió creciendo a lo largo de los seis meses que mi abuela pasó, después de aquello, en el geriátrico donde el 31 de diciembre de 2016 murió, afectada por diversas patologías pero especialmente un Alzhéimer que la fue mutilando durante largos años.
Tres días después, mi abuelo también se cayó, y hubo que internarlo. El poema se fue transformando, como su cuerpo en las diversas internaciones en el mismo sanatorio, ese que ya conocía de memoria y sabía a donde escapar para escribir, incluso sin moverme de su lado. Por esa época, la escritura era una forma de resistencia y de respiro. Tuvo el mismo valor que las estrategias para ingresar de contrabando frutas, galletitas, termos y mates, licuados y otros alimentos que la burocracia hospitalaria no permite y que, sabemos, son necesarios para continuar los momentos de vida bajo los efectos del vitalismo impuesto.
La poesía y la comida me unieron el último tiempo a mi abuelo. Su agonía fue lenta y dolorosa. Terrible. El poema siguió naciendo a su lado, las tardes en que lo cuidaba y me empecinaba en alimentarlo por fuera de los dispositivos médicos de intervención vital; en las tardes que le leía o que escuchábamos las letras de Romero, Cadícamo y Le Pera en los tangos de Gardel.
No me crié con mis abuelos, pero fueron ellos lo que me criaron. En su sentido más pleno. Quienes me ayudaron a crecer, con quienes compartí mi vida hasta que se fueron, y quienes me guiaron amorosa y éticamente. Mis abuelos fueron ese espacio de respiro, el lugar de escape, el jardín florido en medio del barro de la ciudad.
Enfrentar al muerto habla de esa compañía, aunque sin decirlo. Habla de lo que queda cuando el cuerpo desiste en sus voluntades propias, cuando la vejez o la enfermedad nos arrojan al despiadado e impersonal sistema de la salud, que insiste en la vida cuando la vida quiere irse. El poema habla de ese dolor, el de la vida que se resiste a ser atada a la camilla, el de las personas que nos resistimos al encierro de los espacios de reclusión vitalista, incluso de las resistencias de/sobre nuestro propio cuerpo.
La figura, a contramano del título, no es el infinitivo –la forma de lo impersonal en el lenguaje, del no tiempo– sino el gerundio: lo que indica la permanencia de una acción continuada, alargada, inconclusa, que no tiene temporalidad de inicio ni de fin, la farsa de la simultaneidad. El gerundio, lo que no debe estar, el gargajo de la lengua. Lo innombrable.
Y después, lo sabemos, la edición, el duelo.