Buenos Aires - 2018
88 páginas, 21 x 14
ISBN 978-987-3760-92-1
Consideraciones
Es indudable:
en estos tiempos felices,
la ballena sería un algoritmo
un engendro de cartón y lata
o plástico número
seis.
Pero el capitán insiste en su proeza:
no le importan los juicios adversos
ni las toxinas del mar.
Insiste:
“poema es una rima de ballena”
pero no avala el gesto
y, por eso, triunfa.
Nosotros en cambio
rendimos culto a los animales
y separamos en otro rito
el plástico cinco del plástico seis.
Somos azules
y ya no leemos poemas.
Si nos dejaran
lo mataríamos capitán,
no tenga dudas.
Si nos dejaran.
Diagnóstico o cómo repetir la lluvia y las preguntas en un poema, Prólogo por María Auxiliadora Balladares
Un libro-diagnóstico nos dice algo sobre su autor, nos dice algo sobre su tiempo. Por su cercanía con el discurso médico, se podría pensar que éste ubica a quien es diagnosticado en un determinado lugar y lo encauza hacia una meta concreta que será la sanación. En este caso, se trataría de una escritura que acepta el diagnóstico y se encamina a la cura a través del tratamiento de los síntomas; una escritura contenida en la cronología de la enfermedad en el cuerpo de quien la padece y también en su decurso histórico. Pienso en el ensayo de Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas, como un buen ejemplo de este tipo de escritura: hay que pensar la enfermedad desprovista de sus metáforas para romper con los tabúes alrededor suyo y poder pensar seriamente en tratamientos y mecanismos de curación. Recordemos que Sontag escribe su libro en el contexto de su propio padecimiento, es decir, su ensayo no es ajeno a la experiencia del cuerpo. También es posible, sin embargo, hacer del diagnóstico un punto de partida, un detonante que permita la proliferación rizomática de las obsesiones y de las convalecencias en la escritura. Más que pensar la enfermedad metafóricamente, se trata de que la escritura sea índice de quien ha sido diagnosticado, como una fotografía puede ser índice del objeto capturado por el lente de una cámara. Es en este lugar de expansión que se instala Diagnóstico, el primer poemario de Sebastián Urli (Quilmes, 1987).
A partir de sus epígrafes, este libro ofrece a la lectora dos de los indicios que permiten establecer qué acontece con el yo poético, cuáles son sus derivas, en dónde escarba en busca de una constatación que sabe que nunca va a llegar o que llegará tan distorsionada que no puede ser más la constatación que fue. Por un lado, la incansable repetición de motivos, de imágenes, de palabras; por otro, el constante cuestionamiento a las certezas sobre las que se funda toda identidad: cuestionamiento a veces irónico y cruel, otras, suave y melancólico. En el poema “Diagnóstico (o la foto familiar), estos indicios se concretan en las líneas: “El neurótico obsesivo escribe / de atrás para adelante. / De ahí su temor a las mariposas // a sus colores, a sus antenas, a su fama […] el obsesivo huye a un país / al que no vuelve. Huye / sin tregua / y siempre al mismo país”. Aquí aparecen incontables alusiones u homenajes a poetas de variada índole como Quevedo, Stevens, Figueroa, Pizarnik, entre otros. Este gesto de apropiación, de reescritura, de transcreación en algunos casos, nos inserta en el mundo del autor, un mundo tomado por la poesía y el ingenio. La repetición obsesiva es la repetición del poema, de los poemas, como ese país imposible al que se quiere volver siempre. La poesía es síntoma, terapia y convalecencia. Podemos sugerir, entonces, que el yo poético (nunca mejor dicho “yo poético”) ha enfermado de poesía y la enfermedad acarrea su propio antídoto.
El asunto identitario en Diagnóstico nos remite a la historia argentina reciente como el lugar resquebrajado sobre el que se intenta la recuperación de la comunidad. El poema “La biblioteca roja (poema intervenido)” hace alusión a las bibliotecas de militantes que fueron enterradas para preservarlas de la censura y la destrucción a las que habrían sido sometidas en el contexto de la dictadura militar, si las fuerzas opresivas hubieran dado con ellas. Ana Longoni, en un ensayo inédito titulado “Embutes de la memoria”, define al “embute” como un escondite, un pequeño espacio tras una falsa pared, que “también puede ser un cajón oculto en un mueble, un doble fondo en el piso de un auto, un compartimento secreto dentro de un maletín, el interior de una lapicera, un surco del cuerpo, cualquier artilugio tan precario como ingenioso para trasladar una carta o la prensa prohibida, guardar documentos comprometedores, esconder armas, personas, vidas clandestinas”. La biblioteca roja del poema de Sebastián nos presenta su embute: “¿Y si después de todo / sólo existiera la traducción: / una maceta con libros y nombres / la luz de un pájaro en la ventana”. ¿Qué pueden decir los libros que se han conservado bajo tierra, y qué aquellos que, gracias a los trabajos de los minerales, han vivido un proceso de descomposición y son otros objetos ahora? ¿Cómo leer las ruinas de aquello que se ha intentado preservar a toda costa? ¿Cómo hacer de la ruina lo más viviente de la historia, tal como plantea María Zambrano? ¿Qué pasa cuando el embute preserva y destruye el objeto como hace el habla con el lenguaje? “¿Entonces qué?”, se pregunta el yo poético y responde él mismo “Y el pájaro / ¿el pájaro? / / Yo soy también su rama”. El pájaro se posa en la ventana y alumbra la maceta-embute. El yo poético se convierte en su rama. El yo poético, que entiende lo que es una biblioteca roja, que ha reconstruido su memoria histórica, es el llamado a ser puente entre la ruina y la vida.
La familia también será un eje central en las disquisiciones que alrededor de la identidad se plantean en este libro. El poema “Carta a un amigo de una república popular”, el yo poético se dirige a un amigo, ahora distante, y le reclama por no responderle a su hermana, quien aún lo adora en secreto. La intertextualidad con Puccini y el melodrama de la ópera nos permite entender que la carta firmada por él y por la hermana es un reclamo melancólico por el afecto perdido por ambos, como “Un grito antiguo y los pedazos de lo que fuera la lluvia”. La melancolía del yo poético es idéntica a la de la hermana. Sus firmas ocupan el mismo espacio. De la identificación casi total en este poema pasamos a la imagen borrosa de los abuelos en “¿Sui Generis?”, al olvido de sus rostros, no porque haya dejado de verlos, sino porque se parecen demasiado a los “de otros chicos y otros barrios”. En este ir y venir, en la inclusión y en la forclusión, la lluvia se repite: “Ya ves / te prometí varias veces / no escribir un poema / con la palabra ‘familia’ en el medio. / También te prometí no hablar de la traición / ni del viaje al centro de mis cinco sentidos. / Ahora solo me quedan cuatro. / Ayer me quedaban tres o dos o siete / y algún día tendré que rogarte / o pedirte disculpas por tanta lluvia / por tanta honestidad mal simulada.”
La lluvia es la obsesión mayor en Diagnóstico, en el mismo sentido en el que el lenguaje también lo es. Nuevamente aparece la interpelación incesante en el poema “Versos robados en los jardines de Montalbetti”. Ahí se pregunta por el ritmo, por la palabra, como haciendo una metafísica del lenguaje. Lluvia y lenguaje. Lluvia que acontece como un fenómeno atmosférico y por la que, sin embargo, nuestro yo poético se disculpa. Lenguaje que prolifera en el poemario, pero que también se repliega, también deja de ser lenguaje. Cierra el poema: “¿Qué significa entonces ‘palabra’ // si nunca nadie me indicó / qué pasa /si nunca nadie me dirá / qué pasa // si la guardo / si no la digo // si la digo / si solo la digo // solo / al morir?”. Si Blanchot sostiene que la muerte es la comunión imposible entre mortales, ¿qué es la palabra pronunciada en la soledad de la muerte si no la restauración de la comunidad posible a través del lenguaje?
Quito, agosto de 2018
Sebastián Urli
Nació en Buenos Aires en 1987. Actualmente vive en Maine, Estados Unidos, y es profesor de literatura latinoamericana en el nivel universitario.
Email: sebastianurli9@gmail.com