Buenos Aires - 2013
52 páginas / 14 x 20
ISBN 978-987-45079-4-5
Fragmentos
Sabe que todas las cosas que lo rodean tienen vida: un aire débil es más poderoso que cada uno de sus movimientos. Si quiere voltear un vaso, o un jarrón, o tirar abajo los elementos que ocupan la mesa, sabe -comprende- que no podría. ¿Dónde se halla la energía en su cuerpo? ¿Y la respiración?
Una vida paciente - Caja de herramientas, prólogo por Santiago Castellano
“Demostración clave; cualquier obra es siempre más
signifi cativa que lo que pueda decirse de ella”
Alberto Girri
La fotosíntesis es un proceso por el cual las plantas verdes, las algas y algunas bacterias capturan energía en forma de luz y la transforman en energía química. Uno de los elementos que se liberan a lo largo de este proceso es el oxígeno gaseoso, una de las principales condiciones para que pueda existir
vida sobre la tierra tal como la conocemos. Ya Felisberto Hernández decía que sus textos (narraciones compuestas desde una clara mirada poética) eran como plantas, a las que había que regar, ubicarlas en donde mejor les diera la luz y esperar pacientemente que manifestaran a qué tipo o clase pertenecían. Esta metáfora, la de la semilla desconocida (que también Walter Benjamin supo utilizar), lleva implícita una concepción de la escritura como oficio de artesano, cuyas virtudes principales residen en la paciencia y la perseverancia para una tarea donde lo indeterminado es parte constitutiva de su quehacer.
En El lado ciego se percibe de fondo este trabajo artesanal y cuidadoso con la palabra, que va creando delicadamente y sin apuros una escritura fluida, orgánica, conectada por sutiles vasos comunicantes entre los textos y el silencio que de ellos hace su respiración. En este sentido se puede considerar como un organismo vegetal al que vemos crecer, hacia arriba buscando el sol y horizontalmente en su tallo rizomático, de un núcleo a otro, y que a partir de la luz y otros elementos oxigena nuestra lectura, nuestra vida, dándole nuevos matices a aspectos de la misma que no habíamos considerado atentamente.
Como dice Girri: “Preparativos. Las virtudes de la prosa: verdad, desnudez, economía, eficacia, fijadas como meta del poema: verdad, desnudez, economía, efi cacia. La peculiar autenticidad de la buena prosa aligerando de divagaciones cualquier proyecto de poema, recordándonos indirectamente que el poema es, además de un objeto, una experiencia moral” (Diario de un libro, 1972).
Cinco motivos recorren esta obra, la quinta publicada por Carlos Battilana (originalmente en Editorial Siesta, 2005), a una edad en que la madurez impone su huella en quienes se proponen algo más que dejar transcurrir su vida y deciden experimentarla. Esta reedición intenta, así, releer un recorrido poético desde un punto de mira, que, paradójicamente, es un límite para la visión, como el título del libro subraya.
“¿Sería lo ideal una escritura donde no haya ningún término para designar lo que habitualmente llamamos poesía? Dice V. que en la literatura china ocurre así. Su tradicional oposición de verso (escritos rimados) y prosa (escritos no rimados) no tiene lugar para la poesía tal como nosotros la concebimos. No todos los versos son poesía, y la división clásica es: escritos artísticos y escritos comunes. A la menor provocación, la prosa puede caer en la rima. Lo que designaríamos como prosa suele tener ritmos, alteraciones, repeticiones, polifonía, y cuanto pasa por ser exclusivo de la poesía. Se lo percibe, aun en la más modesta de las traducciones, en textos como el Tao Te Ching. En mucha de la prosa de Borges” (Diario de un libro, 1972).
Estos cinco motivos recurrentes (tierra, cuerpo, libros, aire, tiempo) puntúan los textos y les otorgan un ritmo que los ubican en el centro problemático de la poesía, siendo como están compuestos en prosa. No agregaremos más acerca de las implicancias de la llamada prosa poética y sus definiciones a lo que Girri se interroga, baste con vincular este libro con otro fulgurante que escribió Francis Ponge a finales del verano de 1940, el Cuaderno del bosque de pinos. Esa indagación de la forma del poema, de sus posibilidades y sus fracasos, en fin, de que se pueda pronunciar algo acerca de la belleza del mundo, en su monstruosidad, puede funcionar como parte del trasfondo sobre el cual comencemos a ubicar las búsquedas que se persiguen en El lado ciego.
“De estas casas / no ha quedado / más que algún / pedazo de muro. // De tantos / a quienes / estaba unido / no ha quedado / ni siquiera eso. / Pero en el corazón / ninguna cruz falta. // Mi corazón / es el país más devastado” (Giuseppe Ungaretti, “San Martín del Carso”, 1916).
La tierra y sus reverberaciones es uno de los motivos que nuclean los textos. Las piedras, los bosques, los muros. La naturaleza y sus transformaciones a través de la mano del hombre. El mundo vegetal que se entierra por sus raíces, los arbustos que asoman, también la tundra, la hiedra de la constancia, el río. La voz poética habla de alguien que percibe, como por primera vez, interrogando los objetos de la naturaleza. “Toca las piedras, los muros, las ventanas”.
“Otra vida me tuvo: solitaria / entre desconocidos; poco pan en don. / en mí perdida toda forma, / belleza, amor, con que se engaña / el muchacho, y queda triste luego” (Salvatore Quasimodo, Aguas y tierras, 1920–1929).
Alrededor del cuerpo gira la concepción más profunda y misteriosa de este libro. Qué se puede percibir, cómo y qué sentido expresa la percepción. “De los objetos queda una suerte de mancha gris”. Toda una fenomenología se despliega a través de los sentidos: la mirada que intenta entender, las manos, la espalda, los huesos que soportan un peso intraducible, la energía y el movimiento que aparecen como ráfagas y llevan a la perdición. El cuerpo aloja una verdad irrefutable pero a la vez intraducible, signo de una lengua extranjera que no se nos es dado descifrar. “La llama viva de la vida, ¿dónde está?” Algo a lo que llamamos cuerpo bulle, previo al sentido y escapa, sin sentido, a nuestra comprensión. Otra vez el límite.
“Conozco la hora en que el rostro más impasible / es cruzado por una cruda mueca: / se reveló un momento una pena invisible. / No lo advierte la gente de la hacinada calle. // Vosotras, mis palabras, en vano traicionáis la secreta / mordedura, el viento que sopla el corazón. / La razón más verdadera es de quien calla. / El canto que solloza es un canto de paz” (Eugenio Montale, Huesos de Jibia, 1920 – 1927).
Los libros, la escritura, las voces de la razón aparecen como destellos de un mundo ordenado y exterior, que llevan a la desazón. Escribir, esperar, desfallecer. “Conocer lo que vendrá, no consuela (…)”. “Se pliega, reduce sus palabras al mínimo”. Hay que deshacerse de los libros, volverse viento. La paradoja reside también ahí, es imposible escribir, pero no hay otra salida que aferrarse al oficio de las palabras, desconfiando de ellas, en la resignación, insistir.
“Ya la lluvia está con nosotros, / sacude el aire silencioso. / Las golondrinas rozan las aguas muertas / junto a los lagos lombardos, / vuelan como gaviotas sobre pequeños peces; / el heno huele allende las cercas de los huertos. // Un año más, quemado / sin una queja, sin un grito / echado de improviso contra un día”. (Salvatore Quasimodo, Nuevos poemas, 1936-1942).
El cuarto motivo que recorre esta obra es el aire. La respiración se tematiza y se representa, en la forma en que se encadenan las frases, de una levedad casi ajena al cuerpo, a la tierra, a los libros (el pasado, la tradición). El aire se respira en el estilo reservado, íntimo, despojado de esta escritura. “Un aire débil es más poderoso que cada uno de sus movimientos”. El oxímoron (uno de los procedimientos más reveladores e inquietantes que despliega la voz poética) revela otra de las paradojas que atesora este libro, en lo pequeño se aloja lo inmenso (Anaxágoras), lo débil resquebraja los cimientos del mundo, exhibe su fragilidad. “¿Dónde se halla la energía en su cuerpo? ¿Y la respiración?”
Como dice Girri: “Lucha, mínimamente espiritual. La profundidad de la intuición con que tratamos de recuperar experiencias originales. En qué grado tales experiencias participaron de la verdad (y/o del error) lo dirá el poema. Nosotros, mudos, oyendo. Ya no protagonistas; puros testigos, neutrales” (El motivo es el poema, 1976).
Hay un quinto motivo que amalgama a los demás, les otorga espesor, perspectiva, circularidad. El tiempo es el aire que alimenta esta planta y la hace crecer, es el enigma que atribula el cuerpo enmudecido, es la hoguera donde arden las palabras puras que no se pronunciarán. “En ese minuto, es posible que se reúnan el pasado y el futuro”. Como en el Elliot de los Cuatro cuartetos, la dimensión del tiempo atraviesa los motivos que emergen en cada texto y les da valor cosmogónico, descolocándolos a la vez que descoloca a la figura que percibe el mundo, en cada escena, y al lector. “Su tiempo ya no corresponde al presente”. “El presente es lo que lo hace respirar”.
“Quién recuerda ya el fuego que ardió / impetuoso / en las venas del mundo; en un reposo / frío, las formas, opacas, se esparcieron. // Volveré a ver mañana los asientos / y la muralla y la gastada calle. / En el futuro que se abre, las mañanas /están ancladas como barcas en la rada” (Eugenio Montale, Huesos de Jibia, 1920 – 1927).
Colocarse en el lado ciego de las cosas implica forzar la mirada sobre el mundo, e imaginar algo que siempre está más allá del límite de la visión. Como si se intuyera que en ese espacio en negro se aloja algo vital para nuestro destino, forzar los ojos hacia los costados, arriba, abajo, lleva la mirada hacia adentro mismo del cerebro, hacia un espacio de sombras, donde late la indeterminación. Es así como uno de los procedimientos más presentes a lo largo de esta escritura es el uso del condicional “si” (“Si es verdad”, “Si pudiera elegir”, “Si algo faltara”, “Si Dios está”, “Si respira”), otorgándole un matiz de vacilación e incertidumbre a todo lo que se pueda expresar. La voz poética interroga el mundo y se pliega sobre sí misma, buscando el límite del silencio y la quietud, en un rezo casi, con temor y con temblor (Kierkegaard), interrogándose, deteniendo el tiempo para entrar en otro
tiempo, terrible y devastador de lo real.
Girri, Ponge, Elliot. Montale, Ungaretti, Quasimodo. Padres, tíos, hermanos cuya voz resuena lírica, desgarradamente en las páginas de una de las voces más lúcidas y potentes de su generación.
Santiago Castellano
2013
Carlos Battilana
Carlos Battilana (Corrientes, 1964). Es autor de los libros de poesía: Unos días (Libros del Sicomoro, 1992), El fin del verano (Siesta, 1999), La demora (Siesta, 2003), El lado ciego (Siesta, 2005), Materia (Vox, 2010), Narración (Vox, 2013), Velocidad crucero y otros libros (Conejos, 2014) y Un western del frío (Viajero Insomne, 2015).