Buenos Aires - 2017
152 páginas / 14 x 20
ISBN 978-987-3760-27-3
1.
Voy a ser objetiva: estoy en la cocina
(solo)
la canilla gotea
llueve
tomo whisky sin agua
tomo una ducha
me doy
una ducha
se hace un charco en el baño
el agua del charco no se mueve
no se va
el agua, aquí,
no conduce a nada
no puedo ser objetiva con el agua
la gata por ahí
lamiéndose.
Sobre La dura materia del pensamiento, por Alejandro Méndez
El epígrafe de Lorenzo García Vega: El texto llega a tener razones que el realismo no entiende, pone de relieve que la poética de García Carril no se termina en el realismo, sino que lo toma como punto de partida para ganar altura y respirar en las azoteas de otros mundos posibles, pero siempre afincada en el edificio del texto para establecer una minuciosa lírica de la observación.
En la primera parte del libro los poemas hacen un tour de force, una tentativa por agotar un tópico; pero no a la manera de Perec –que roza la impersonalidad del catálogo o inventario- sino poniendo a jugar una subjetividad que indaga y se pregunta. Una tensión entre sujeto y objeto que establece una dinámica administrada prosódicamente por un ritmo de estudiada naturalidad. Si en Perec era la plaza de Saint-Sulpice, en García Carril es la cocina de la casa el topos donde yace el yo poético.
Ya en La mujer de al lado, Bajo la luna 2004, se preanunciaba a la cocina como espacio poético y al agua como su disolvente: en la cocina / el porvenir es posible/ probables la boca/ y la vaga idea de ser alimento/ ser el jugo de una fruta,/ no dulce sino líquido, / no la fruta sino el carozo / al que se llega sin hambre/ pero con enjundioso placer / ser un carozo y terminar/ en las raíces de tu árbol/ o en una maceta, /incluso en un vaso / con agua estaría bien.
El humor negro redime aquellas zonas del texto donde intenta aflorar el sentimiento la cocina es realismo limpio /por el momento / hervir, saltear, adobar / freír, derramarse la leche y no / ensuciarlo todo con lágrimas.
El tiempo se mide por la caída de los pétalos de la rosa; se marca el territorio con el metrónomo botánico: rosa enferma en el florero soy / la misma cosa que cae / sin la gracia de los pétalos/ lento / el día / sabe / durar más. También se mide el tiempo con el hervor de un huevo duro diez minutos / para un huevo duro / después me siento / y no lo como / lo miro / se puede ver la consistencia / del tiempo.
El realismo de la soledad campea a lo largo de todo el libro bajo diferentes modalidades. Como destino es la cocina de la escritura: Escribo sola en la cocina / creía que escribía sola / creía que escribir era sola / que la soledad era / estar sola en la cocina escribiendo; como lugar es lo recóndito de toda subjetividad puedo terminar doblada y guardada / entre las prendas más íntimas.
El agua y el miedo, los dos materiales que corroen las cosas tienen un protagonismo excluyente en este libro. No sólo por su vitriólico poder, sino que también son agentes para la transformación, como acertadamente nos recuerda la cita de Louise Bourgeois que da comienzo a la segunda parte del libro Sin un poco de miedo no se hubiera hecho nada en el mundo.
Para pensar se requiere silencio, pero no cualquier silencio sino uno de escala planetaria. No es suficiente el acotado espacio de la cocina, ni siquiera el de la casa, ni el de la ciudad. Deben acallarse todas las voces, incluida la pesada voz de Dios para que pueda existir la dura materia del pensamiento:La conversación no admite esos preámbulos en grises/ y quedamos en silencio, un silencio planetario/ hecho, parece, de la dura materia del pensamiento.
En este aparente escenario objetivo, y tal como Anne Carson nos advirtiera:De qué sirve un relato/ si no tiene dragones venenosos, se presiente lo maravilloso, lo fuera de lo común: Abro los ojos, ahora es un collage armado con pedazos / de metales de tierras increíbles: / óxidos con nombres que suenan a dioses griegos / a los que se pudiera acudir.
El tema del alimento, ya está presente en su libro anterior: La paciencia, Bajo la luna 2009. Remedando el título del célebre poema de James Laughlin (The Care and Feeding of a Poet); García Carril nos dice: Cuidar y alimentar a otra poeta /Estoy de vacaciones con una gran poeta. / Será lo nutritivo de la conversación / lo que me hace aumentar de peso. / Noto que la gran poeta / no sufre del horror de la página en blanco / sino del vacío de la heladera, / la incertidumbre de qué comeremos / las cinco noches que nos quedan.
En La dura materia del pensamiento el alimento pasa a ser una obligación, un mandato: pero hay que alimentarse / atenerse a la ebullición de ese caldo / donde flotan fragmentos / que pudieran ser pistas / para construir / los días que vendrán. También la acción de alimentarse deviene un rito de pasaje de aquello que paradójicamente no pasa ni se digiere, ya sea el alimento o su sucedáneo: la palabra: Pero una feta de salmón entre dos panes/ no es consuelo/ apenas te entretiene la boca / y entre dientes pensás / lo indigerible: Esa palabra que dice mal / y no parece traer bien alguno/ no.
Este potente y ajustadísimo libro de García Carril cumple con aquello que Gabriela Milone, en su libro Luz de labio, expresara de manera ejemplar: Ahí, entre la cosas y el pensamiento, entre la palabra y el mundo, entre la distinción y la intimidad, entre el es y el hay, entre el mostrar y el decir, la poesía parece ser algo; acaso, simplemente, un umbral, una zona adentro-afuera que no se resigna a la imposibilidad de nombrar desde la convicción de que palabra y mundo se han disociado irreversiblemente, ni cae en la creencia del nombrar absoluto apelando a cierto principio de plenitud requerido para la palabra poética. Ni inefabilidad ni metalenguaje: la poesía parece ser algo que, aferrándose a la potencia tautológica del habla como habla, al ser de la palabra, al estado bruto del lenguaje, expone su dureza de piedra, su corazón de pensamiento-lenguaje, siendo ese umbral donde se sabe, no qué son las cosas, sino que las cosas, como afirma Agamben (1989: 112), “son, simplemente, maravillosamente, inalcanzablemente”.
Efectivamente, la fuerza del lenguaje estira sus implicancias aparentemente objetivas para censar los objetos, las cosas que son obedientes y serviles.Para ello García Carril se sirve de un lenguaje sin opacidades, con muy pocos adjetivos y cortes de versos precisos.
Hay un más allá al que preguntarle, funcionando como la Bocca della Veritáde un realismo expandido; pero a diferencia de la célebre máscara de mármol romana aquí nadie pierde la mano porque el pensamiento y su dura materia son los guardianes de la verdad del texto.
Sobre La dura materia del pensamiento, por Marcelo Cohen en Otra Parte
La soledad puede propiciar las ilusiones, cuando no las alucinaciones. Sabiendo que el agente psicotrópico es el pensamiento, la mujer sola de los poemas de García Carril lo acosa en un espacio exiguo, un departamento (con sus ventanas), de paso por un repertorio de cosas elementales, como si una concreción estricta facilitara el contacto con lo real. Es un trabajo muy apto para la poesía; la consigna podría ser: por la sobriedad al desengaño, por el desengaño a la claridad. Pero pocos nombres siguen siendo nombres y, como parece advertir desde el comienzo una cita de Lorenzo García Vega —“el texto llega a tener razones que el realismo no entiende”—, si la letra no mata, por lo menos desplaza, borra, o mejor dicho, suplanta. Demasiadas veces añade. La dura materia del pensamiento no es un intento más de revertir esta fatalidad; asimila las paradojas del lenguaje, las observa sin sarcasmo, las estampa en una lengua parca y obtiene una diferencia. Escenografía árida, mínima cantidad de objetos, escasez de sustantivos, discurso circular que tiende al remolino y se va por el desagüe parecerían ser una situación beckettiana (sin linyeras, claro) y, como la de Beckett, la aridez que el escenario imprime en el lenguaje de García Carril da una risa nerviosa. Sólo que, como conoce la lección, esta solitaria se cuida mucho de no caer —como, digamos, Mercer y Camier— en la manía ambulatoria. Antes bien se ejercita en una economía de movimientos inspirada en su gata: “No es sentarse a mirar/ el plátano/ y dar un sentido/ al hecho objetivo de sentarse// sentada/ se está más/ se tiene conciencia/ de lo rotundo// no del plátano/ en movimiento/ sino de lo solo/ que es/ lo quieto// de una que lo mira”. Este discurso de cesuras abruptas, sintaxis entrecortada y puntuación capciosa está lejos de las contravenciones más habituales de la poesía argentina contemporánea. Vence la típica tentación de las unimembres (las perezosas, facilonas unimembres); se ordena —se hilvana— por enfoques a las cosas más cercanas y por la frecuencia alfa-cortical, ese continuo de pulsos que atraviesan el cerebro y son la base de una rítmica subjetiva. La dura materia… es una tarea de limpieza y una meditación: sobre el antiguo afán de suspender la conciencia, no para capturar el inconsciente, qué va, sino para que la escritura no anteceda a la vivencia de lo real. Es un libro sin pasión pero no indiferente. No cuenta un proceso de ascesis; escruta su propio escepticismo con un desconsuelo que no es tristeza, con una disciplina ética del verso, y a pesar suyo emociona. “Hay un destino que se escapa de las manos;/ por un agujero de la bolsa rota/ la basura se escapa sin remedio; el tiempo hizo uno de sus trabajos favoritos…// …veo el esfuerzo/ de la atareada materia de la necesidad/ una pintura hiperrealista de la subsistencia/ concentrada en los detalles/ como una tomografía de las horas pasadas/ y todas las teorías por el suelo”. Cuando la escena empieza a volverse lúgubre, sin embargo, de la corriente del soliloquio surge una segunda persona, y el recuerdo de la soledad compartida (casi repartida) y el rastro de la conversación modifican el tono. El nihilismo vira, si no hacia la alabanza, hacia la elegía por algo que no es pensamiento ni materia pero que iluminó muchos momentos y los resguarda: “… amor también en el trajín de las minucias cotidianas;// quién cocina hoy y quién se ocupa/ de lo que sobra/ más que migas y huesos y cáscaras/ de papa, la costumbre de enterrar un carozo/ en una maceta y al tiempo adivinar/ por las hojas eso que crece: ciruelo, cerezo,/ miniaturas de lo que da el corazón, su fruto”. De repente el libro se reconfigura como una historia, tal vez como un trabajo de duelo. Podría ser; cada poema y el conjunto entero llaman a volver a leerlos. Es una experiencia desusada: las notas son las mismas, la música otra.
Sobre La dura materia del pensamiento, por Andi Nachon
La dura materia del pensamiento y su sistema recursivo. Hay un vaso, una cocina vacía, un balcón y una gata que va y viene por los días. Hay una mujer que mira y decide allí construir un universo. Y lo hace, casi, como si siguiera al pie de la letra el consejo del cuento de Carson Mac Culler, ese donde un hombre que acaba de perder a su amor afirma que antes de amar a una persona hay que empezar por cosas más pequeñas: cuidar de una piedra, de un árbol.
Poemas moldeados con materias concretas: papas, caldos, agua en ebullición. Sin embargo, entrás a ellos como quien baja del mismo colectivo que cada tarde lo traslada pero esta vez, pone el pie en la vereda y no reconoce el lugar, la dirección, el sentido del traslado. Y así sucede el vértigo. Una y otra vez al leer este libro, pasa eso: vivenciás un mecanismo que intenta dar sentido a un universo que se niega a las certidumbres del sentido. Lo real se desdice y exige del poema una voluntad que termina siendo un mecanismo de fe: dioses a los que podríamos pedirles algo.
Leo estos poemas y aparece un “yo” que es una “ella”. Fundante, se para en el corazón vacío de esa cocina, mira y toma la palabra -como si tomara una ducha o un vaso de agua- de esta manera la voz de la dura materia del pensamiento, levanta un espacio que la contenga. Pocos elementos: palabras, miradas, ideas. Vuelve una y otra vez sobre ellos, en una forma de volver sobre sí misma: materia dura, hueso duro de roer, un yo que mira de frente su propio campo experimental y lo enfrenta. La realidad se trastoca, incómoda, como ese pensamiento que se construye sobre palabras y en un instante es sensación que desborda. “Lamerse las heridas o lamer el yo de la contemplación”: reconocerse perdida en la misma pérdida de la cocina vacía.
Así, el poema se abre y se cierra sobre sí mismo en el artificio del distanciamiento que la voz sostiene contra viento y marea. “A veces, tengo un día…” Se confiesa e inmediatamente ese día se acredita. No se lo tiene como a un gato, aunque ese día “sabe durar más” que una o casi, ser “más real que yo misma”.
Entre la distancia y la extrema cercanía, con un pie sobre la entrega que se detiene en la música del viento por el plátano y “trata de imaginar la dicha del percusionista” y el otro en la atención que “vigila el sueño de los que se rinden/de los que ceden, de los que se entregan /a soñar que sueñan que duermen.”
Irreverente, esta voz reina: se burla de ella y de sus pesares, se ríe de los días que se creen capaces de librarse de ella, se atreve a mostrar su obsesión y la transforma en poema. Así por momentos puro brillo que toma el vacío entre el balcón y la caída a la vereda.
Esa clase de intensidad logra La dura materia del pensamiento que Liliana aquí nos entrega, entre el desparpajo y la precisión de un mecanismo de relojería. En su loco girar, se arriesga y se atreve a afirmar: “Doy vueltas por la casa
como si pudiera vigilar el curso
de su tránsito oscuro, quisiera
una revelación razonable,
argumentos que convenzan
de la virtud de vivir
con los pies en la Tierra.”
Y “La dura materia del pensamiento” afirma que los únicos argumentos válidos se erigen ahí donde la palabra se toma y se hace poema. Celebremos entonces la aparición de este libro, el tiempo en que consolidó y el lugar que se hizo. Celebremos la posibilidad de leerlo y entrar en su universo, su emoción contenida que interpela una realidad que se nos resiste, un sentido donde “flotan fragmentos / que pudieran ser pistas /para construir /los días que vendrán.”
Andi Nachon
Noviembre, 2015
Sobre La dura materia del pensamiento, por Mercedes Araujo
¿
La dura materia del pensamiento de Liliana García Carril, recién aparecido en Zindo & Gafuri, abre la parte II con un epígrafe de Louise Bourgeois: “Sin un poco de miedo no se hubiera hecho nada en el mundo”. Tomo nota del epígrafe y pienso que es una buena clave para leerlo, porque sus poemas tratan la materia y lo pensable y reflexionan sobre la dureza de lo uno y lo otro y ninguna de las dos cosas se harían sin un poco de coraje.
En la materia está el mundo con su pretensión realista: una papa, una mesa, la noche, la escritura, el cuerpo en una silla, una cuchara de madera, una sopa, el paisaje, la cocina y otra vez el cuerpo. En lo pensable, el lenguaje y la pregunta con su esperanza y también su aspereza: ¿El lenguaje es realista? ¿La ironía es de la cosa? ¿Lo absurdo es una manera de ver o una manera de ser? ¿La soledad es la interpretación?
Ese poco de miedo y la incomodidad ante la pretensión de certezas forman el bisturí con el que se descorre, frágil y precariamente, el silencio, la dureza, el realismo de la materia. Lo cotidiano, a la manera de Szymborska, es el lugar donde comprobar que todo lo sólidamente simple y sencillo, nos engaña. Escritura del pequeño territorio de lo incierto, de la meditación y la duda. Si vamos a hablar, hagamos las preguntas brutales: qué sé yo/ de ser /solo/ alimento.
Por estas y muchas otras razones (hallazgos en la precariedad, equilibrio en lo provisorio, música e inteligencia en la poesía) recomiendo este libro, del cual copio aquí unos pocos y potentes poemas, con sus preguntas refulgentes.
MA
1.
SENTIRSE solo ¿es realista?
Voy a ser objetiva: estoy en la cocina
(solo)
la canilla gotea
llueve
tomo whisky sin agua
tomo una ducha
me doy
una ducha
se hace un charco en el baño
el agua del charco no se mueve
no se va
el agua, aquí,
no conduce a nada
no puedo ser objetiva con el agua
la gata por ahí
lamiéndose.
:::::
2.
Voy en camino de hablar sola
y digo:
es la realidad
la mesa de la cocina es real
la cocina es real como la mesa
sentada es la realidad de estar
en la cocina sentada a la mesa
soy realista:
me siento confusa
el sentimiento parece ser real
soy un ser vivo
todo ser vivo es real de alguna manera
la cocina es realismo limpio
por el momento
hervir, saltear, adobar
freír, derramarse la leche y no
ensuciarlo todo con lágrimas.
::::
5.
UNA PESADILLA que se tiene
al ver el movimiento
de los plátanos
esos troncos añejos
entregados
al viento del sudeste
¿es objetivo ponerse a mirar eso?
¿un martes a las cuatro de la tarde?
elevar la vista y detenerse
en qué otro asunto
de importancia.
::::
7.
ES TÍPICO olvidar
una papa
en el fondo de un canasto
es ley que brota
y se agrieta
si pasa de hervida
qué sé yo
de ser
solo
alimento.
:::::
8.
A VECES tengo un día
hoy
tengo un día
digo lo tengo, y lo tengo
quiero tener un día
y aquí estoy con el día
un día mío
sola yo y el día
que tanto quería tener
no un día de esos
ni un día de aquellos
ni me acuerdo
¿te acordás de aquél día?
ese día te odié
hoy está este día
y ésta cree
que puede tener un día
como se tiene
un gato.
:::::
9.
HAY QUE ser una misma
hay que saber
ser
una
misma
hay que saber qué es eso:
una misma es un mamífero
de la familia
de los antiguos común – mismos
del latín communis
(vulgaris dogmaticus)
y ellos mismos no sabían
quienes eran;
es “nuestra palabra”, decían
pero la misma
no entendía
la palabra “nuestra”
era una en germen
una mismita.
::::
15.
(a E.Z.)
UNA papa
una piedra
lo solo de comer
del animal
no te anima el día
ni la espesura de la luz
espasmo de lo solo
al despertar
silencio
come y duerme.
:::::
20.
ESCRIBO sola en la cocina
creía que escribía sola
creía que escribir era sola
que la soledad era
estar sola en la cocina escribiendo
creía que escribir y soledad eran
nombres importantes
de acontecimientos solitarios
dormir a pata suelta también
es un acontecimiento solitario
y de gran importancia
cuántos acontecimientos estarán
ocurriendo ahora a las tres de la mañana
y yo sola en la cocina creía estar sola
y creí que eso era el gran acontecimiento
pero sola estoy ahora
que la gata no me acompaña en esto.
:::
HUNDIRSE y hacer pie
con la cuchara de madera
tocar fondo sin picar el anzuelo
ni el laurel:
respondo a las órdenes de verduras;
una voz me dicta el procedimiento
de la sopa, del hervor,
del tiempo: hay injusticia en el bienestar
de una olla, una cosa heredada, muy vieja.
pero hay que alimentarse
atenerse a la ebullición de ese caldo
donde flotan fragmentos
que pudieran ser pistas
para construir
los días que vendrán.
La dura materia del pensamiento, por Daniel Gigena
“Hay que ser una misma/ hay que saber/ ser/ una/ misma// hay que saber qué es eso”, se lee en el noveno poema de La dura materia del pensamiento, el tercer libro de poesía de Liliana García del Carril (Buenos Aires, 1951). Por goteo, la escritura poética parodia procedimientos, deshace ilusiones de objetividad, fuerza los propios marcos de los poemas: “Voy a ser objetiva: estoy en la cocina/ (solo)// la canilla gotea/ llueve// tomo whisky sin agua/ tomo una ducha// me doy/ una ducha”. Como si la página fuera una superficie líquida, esas gotas verbales dibujan formas que a su vez dibujan figuras. La poesía es una cuestión de recipientes, de fluidez, de ebriedad. Los ambientes donde transcurren los “solos de poesía” del libro son, en apariencia, estrechos y domésticos: la cocina, el baño y el balcón de una casa, la propia interioridad de la voz solista, espejos de cristal o de agua que devuelven una imagen extranjera (“no puedo ser objetiva con el agua”). También pueden ser envases temporales, lapsos breves como el que demanda hervir un huevo, el tránsito oscuro de una vuelta por la casa o el de una hora a la madrugada. La poesía también es un atajo. En el desierto de la cocina, por ejemplo, “la ilusión es real:/ se tiene idea de la cantidad/ se toma conciencia/ de la duración”.
La materia del pensamiento –dura aunque se refiera a la lluvia, al agua de la canilla o a la de la ducha, a las lágrimas y a la saliva de un gato– parece oculta, más que en las cosas, en las palabras con que se designan las cosas: “… fragmentos/ que pudieran ser pistas/ para construir/ los días que vendrán”. Entre el pensamiento y la escritura hay tiempo; el transcurso del tiempo se representa en los poemas a la manera de una sombra, del resultado de una acción, del resultado de la falta de acción: “tenso el cuerpo es tiempo de la fruta/ que madura se deja caer como una idea”.
“El libro está dividido en dos partes, igual que mis libros anteriores –comenta Del Carril, que ha publicado los poemas de La mujer de al lado en 2004 y, en 2009, La paciencia. –‘Solo realmente’, la primera parte de La dura materia… es una serie de poemas en torno a una pregunta, o una obsesión, igual que en La mujer de al lado. Escribir de esa forma me resulta un modo de anclaje, y a la vez de cierta sensación de infinitud y curiosidad: ¿a ver hasta dónde se llega? Llegó hasta donde llegó y la dejé en barbecho, en ese momento no me pareció que fuera ya un libro y ahí quedó, varios años. La segunda parte, la que da título al libro, se fue armando sin ‘tema’, ocupada en cada poema, en su aquí y ahora.” Paradójica afirmación de la autora, cuya obra parece integrar una tradición local de poesía de pensamiento, como la que escribieron Alberto Girri o Susana Thénon, y a la que podrían sumarse otros nombres, como el de Dolores Etchecopar y María Mascheroni. “El pensamiento es una materia dura, que te puede arruinar la vida o iluminarla. Y de esa materia trata el libro, la del pensamiento, su dureza dolorosa, su aceptación” dice.
Si bien Del Carril advierte que la organización del libro no fue planeada de antemano, los poemas de la segunda parte se refieren, quizás con una mayor presencia autobiográfica o dramática, a los mismos temas de la primera parte desde otro ángulo. “Bajo otra luz”, dice ella. “Y me gustó descubrir que en eso me repetía o me copiaba a mí misma. Por el contrario, lo que sí me propongo cada vez es no repetirme en la forma, el ritmo.” El ritmo cambia. Mientras que en los poemas de la primera parte una lucidez “más real que la yomisma” opera por recorte, por poda -lo que deja los textos suspendidos de una interrogación o un anhelo-, en los de la segunda se despliega un repertorio expansivo de actos y de nombres: “cada tanto aparece algún gesto/ fuera de lugar, cabos sueltos/ como palabras que se deshilachan/ en el torbellino de poner algún orden/ apaciguar un dolor de este universo/ que parece no tener remedio”. En ambos registros Del Carril ensaya con concentración, en una poesía filtrada por la mesura, “una proeza la tarea de los sentidos”.
LAS 12
La dura materia del pensamiento / poema
La realidad provisoria, por Sandro Barrella
Los poemas de La dura materia del pensamiento proponen, ya desde su título, la paradoja de conferir una cualidad física a lo más abstracto que poseemos. Esta primera paradoja abre la puerta a posteriores asombros o preguntas que el libro va desplegando en un ir y venir desde la afirmación de lo concreto («ME CONCENTRO en el realismo/ de una gota») hasta su puesta en duda («ESTÁ LA REALIDAD de la música/ que escucho ahora: ¿es el viento en sí?»). O propone un ir, sin retorno posible, a lo abstracto e intangible vuelto realidad materializada: «diez minutos/ para un huevo duro// después me siento/ y no lo como/ lo miro/ se puede ver la consistencia/ del tiempo».
Sólo la primera parte del volumen rinde cuenta de la polisemia del enunciado. La serie completa se lee como un «solo», en sentido musical, aunque también hace referencia a la soledad individual. El término «realmente» está en el centro de las preocupaciones de la poeta, dialoga con la cita de inicio del cubano Lorenzo García Vega («El texto llega a tener razones que el realismo no entiende») y actúa como fundamento estético.
La idea domesticada de realidad, a partir de allí, es puesta en jaque por una noción donde el orden cotidiano -la casa- se convierte en el espacio físico para el teatro de la mente en el que surge la lengua del poema. La voz sola, en soliloquios continuos, interpreta un drama musical en medio de la noche, revela mundos hechos de fragmentos que desaparecen si dejan de ser nombrados. Otra vez lo real muestra su carácter inestable, provisorio, como en el poema donde el silencio de un sillón vacío es revestido con la ilusión de una figura que bien puede ser un buda que estuvo sentado allí pero que, en virtud de un juego de ironía intertextual, trae a los ojos del lector la figura del poeta cubano José Lezama Lima.
Liliana García Carril (Buenos Aires, 1951) reactualiza en La dura materia del pensamiento cierta tradición de la poesía argentina, la del objetivismo y la del pensamiento, y construye una voz singular.
LA NACION
Notas de lecturas, por Mercedes Araujo