Buenos Aires - 2014
48 páginas / 14 x 20
ISBN 978-987-3760-10-5
Anudo el alma a las sombras
camino.
El sol se detiene en el
duro corazón
de la simetría.
Puntos de luz.
Lo que acaricio
se derrite.
La sombra de la mano / Fragmentos
Sobre La sombra de la mano, por Verónica Pérez Arango
- 1. En La sombra de la mano, Selva Dipasquale ahonda, una vez más, en lo que la viene obsesionando desde hace mucho tiempo: el cruce entre la plástica y la escritura. Desde la dedicatoria y la breve nota introductoria, las artes visuales se imponen como la inspiración y el contexto de este libro que incluye la reproducción de una pintura de la misma autora, y poemas «escritos a partir de fotografías en blanco y negro del artista japonés Shomei Tomatsu, para dar a luz una nueva capa de sentido». De ese modo, la poeta decide trabajar, capa sobre capa, un material que, desde el comienzo, percibimos misterioso, pues a la vez que dice algo, lo oculta y vela.
- 2. Los poemas del libro, breves en su gran mayoría, acumulan imágenes abstractas que recuerdan cuerpos, accidentes, naufragios: restos de otros mundos. Un efecto detritus, un corpus en descomposición, algo que fue, cualquier cosa, lo perecedero deja sus huellas en el lenguaje.
- 3. Los versos de La sombra de la manoaparecen desflecados sobre la hoja, algunas líneas largas corren en paralelo con otras más, mucho más, cortas, y dejan espacios en blanco en la hoja, transparencias que dejan ver lo que pasa por arriba y por abajo.
- 4. La sombra de la manose sostiene en la presencia casi exclusiva de las acciones; los verbos se multiplican en estos poemas y van construyendo una poesía en un continuo movimiento arrollador. En ese movimiento se escribe el poema pero también se destruye. Los versos se retroalimentan así: La textura del oleaje / hace nacer una mujer / con brazos de hojas puntiagudas y cabeza de luna nueva. / La textura de la luz de la luna nueva / hace nacer / un oleaje.
- 5. Dipasquale escribe y crea un mundo que es la consecuencia inevitable de la destrucción momentánea de lo existente: por un rato, al menos, se suspende lo que conocemos, y nace otra cosa. Es por eso que escribir siempre implica arrojo y violencia. En estos poemas proliferan verbos como «hundir», «entrechocar», «explotar», «aplastar», «picar», «destruir», «golpear», «raspar», acciones punzantes que implican algún tipo dolor, hasta «tirar» y «tirar» de ellas para que salga algo. Términos provenientes de un universo putrefacto enterrado que sale a la luz, el mundo-basura, los restos rescatados de la muerte: «colgajo animal», «gusanos blancos», «cuerpos sobrevivientes», «pedazos irregulares de tráquea blanca», «feto», «órganos desmembrados», «vidrios, residuos, huesos», «círculos de leche petrificados», «placas fosilizadas», «pasta de larvas y plancton», «nonato», «relieve»: palabras-detritus transformadas en un humus capaz de hacer crecer un cosmos extraño, donde el yo lírico permanece invisible porque se mezcla como abono fértil y brota convertido siempre en algo nuevo.
Verónica Pérez Arango
Selva Dipasquale