Buenos Aires - 2018
62 páginas, 21 x 14
ISBN 978-987-3760-90-7
metro (fragmentos)
dijiste: la ciudad se divide en este lado y aquel lado. A mí
me gustaba la parte que se estaba abriendo, las grietas
del papel, las orillas del agujero. El agua era de donde nos
agarrábamos para andar.
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de lado, subimos las escaleras que bajaban, salimos por las
puertas para entrar, nos reímos a carcajadas de la multa
de no sé cuánto. Llegamos al vagón a escondernos tras la
gente. Yo iba demasiado roja para pasar inadvertida.
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She speak only poquito spanish.
(…)
La poesía: un sónar, Prólogo por Anahí Mallol
Los ritos, interrumpidos. La dicción del poema, cortada por la tos o por el silencio. Lo que no se dice en lo que se dice. Los lugares comunes desterrados, transterrados. La contracara de lo que creíamos saber: los poetas decían que iban a París por más poesía, por arte, por amor. Acá una poeta en París está sucia y cansada. Vive en altillos. Va hacia lo que no conoce con lo que conoce y el resultado es siempre sorprendente. Hay risa. Pero hay nieve y silencio y lluvia. Mucho frío. Ahí donde debía estar la certeza, está el vacío. La torre no se deja ver. No se fotografía bien. Como si dijera: lo que pasa es que la poesía ya no es eso, al menos la poesía que puede, hoy, decir algo a alguien. París ya no es lo que era. La lengua, ahora, lastima: está lo que no tiene lugar, está el lado oculto y oscuro del amor, lo imposible de una distancia que con mucho esfuerzo se trata de achicar, como sacar agua de un bote que hace aguas con una latita de tomates.
Entonces el mapa de la ciudad está roto, la exploración no tiene guías determinadas, como tampoco líneas de lectura dominantes. No los lugares adonde hay que ir, sino sus bordes, ahí donde ciudad, mapa y sentido se deshacen. Para construir otra ciudad: lejos del monumento, de los bulevares, de la foto que exhiba una propiedad sobre el paisaje, los pequeños momentos, las callecitas, el altillo. Siempre, el borde, al filo del sinsentido, que obliga a buscar otra cosa, y otra cosa, y otra. Despegarse de la obviedad de la tarjeta postal, para trazar un recorrido mínimo, donde el cuerpo del deseo y la letra de la atención amorosa a la poesía, puedan dar testimonio de una vida, eso es lo que el poema puede decir: alguien, aquí, una poeta, estuvo viva, vino, miró y dijo. Y nos deja este precioso libro de estampas mínimas. Con humor, con amor, con poesía. Para que iniciemos, de su mano, otros viajes. Un viaje hacia el corazón de lo nuevo, lo no dicho.
Subir por las escaleras que bajan, salir por las puertas hechas para entrar. Esa ciudad no son vidrieras de productos a la moda y carísimos. No son grandes monumentos y espacios célebres. Esa ciudad son hospitales, cementerios, chimeneas. Esa ciudad está a punto de morir si no hay algo del orden de lo humano, de lo no mercantil ni negociable, que pueda darle calor. Esa ciudad se solidifica, se seca lentamente, como una estatua de sal condenada por Medusa, una ciudad de reglas que pretenden negar la alegría y la vida: lo que no se puede hacer, lo que está prohibido. Eso lanza un futuro mejor como utopía: una ciudad luz sin reinas ni turistas donde besarse largamente.
Por ahora, en París, hay apenas un rastro vivo: el rastro de dos chicas que se besan, que comen caramelos y acumulan saliva en las comisuras de los labios, que sueñan sueños de amor, que trasnochan para sentir toda la soledad y la intensidad de su presencia mutua sobre un fondo de negro y de sirenas, que se ríen. Ahí ocurre la poesía. Una antes no dicha ni escuchada. Acá, en este metro.
Y además, entre todo eso o después, un sónar busca señales de vida. Porque lo que hay, de lo que se tiene certeza, cuando no son manos con miel y leche que se lamen con dulzura, son cosas, muebles, jardines, pieles, cuerpos, deteriorados, averiados. Entonces la mirada del poema descubre en cada caso lo que falta, lo que se ha perdido, lo que nunca estuvo, espía, marca, hace, rodea, el hueco, y a la vez, entre staccato y sonoridad lograda, deja fluir. En ese espacio mínimo diseña su modo de supervivencia. Le da un sentido, este sentido, a lo que hace: el poema. Ese sentido tiene también sus agujeros: salta de una cosa a otra, recorta una imagen pero no la persigue, cambia de tema, corta en lo agramatical: ahí llama, a nosotros, para que deslicemos entre todo eso una lengua golosa que dice: amargodulce, poesía, no te vayas, quedate conmigo en el poema.
JAMPSTER, Extracciones de Para historia de los alimentos, por Luis Eduardo García
Publicado a finales del 2018 por Zindo & Gafuri en Argentina, Para una historia de los alimentos es el último libro de la poeta trasandina María Eugenia López. Animales, naturaleza, objetos de la infancia se constelan para configurar una memoria perforada por lo inaudito. De aquello y más van estos poemas de los que presentamos una pequeña selección a cargo de Luis Eduardo García.
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Veinticuatro satélites alrededor de la Tierra. Se oye un sónar bajo el agua. La caja azul del barco previene la fuga, evita el rechazo. Un muñeco disfrazado de época desciende seis kilómetros para las psicofonías. Constante y firme, como una aguja desciende, como quien no tiene oídos. Los que no han sido expulsados son pescadores de perlas. Las voces preguntan “¿a qué huele tu pelo?”.
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Las naranjas desparramadas por la arena. Las olitas las acercan, las alejan. Ella juega a tirarle panes al mar, las naranjas siempre vuelven. Las algas verdes y los panes. Las olitas blancas.
No hay playa cuando no hay sol. Todo se torna viscoso y es elástica la tormenta en el horizonte. No hay playa. Es más bien un caldo, un aroma, un hundirse de a poco. El mar viene.
Todos los llantos y todas las flores en la arena. El gran calamar rojo pasa, y donde estaba la niña ahora hay una mancha de tinta.
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Mi primer recuerdo de infancia es un agujero normal y una rama que se mueve. Lejos de eso pasa el tren. Las chispas, separadas de la rama, de la casa, a gran distancia los destellos de los rieles.
Hay ciertas bestias que se alimentan de brotes. Lejos los bichos de los andenes.
El agujero fue tapado por las hojas. Pero otros fueron abiertos por las lenguas de los animales.
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El agua vino y se fue. Quedó lo pegajoso. Y había que quemar azúcar en la cena para no olerlo. Las ballenas perdían su forma y se deshacían en órganos. La sangre cubría el pensamiento. Yo había ido para olvidarte pero un perfume de mujer mientras miraba las fotos te trajo. Lleva muchos años lograr hacer música sin dolor.
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Mi abuelo era una cosa inmensa y su jardín de macetas. Apenas había espacio para pasar a regarlas. En la pantalla azulada de la tele en blanco y negro ardían pozos de petróleo. El domingo corrían autos. Se murieron él y varios árboles cuando me tocó cuidarlos. Si no quemé todo fue porque entre los restos vi unos animalitos jugando.
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JAMPSTER marzo 2019
María Eugenia López en LUNES DE POESIA, ciclo de radio de UNMG
En un día de declaraciones picantes, la invitada al #LunesDePoesia de UN MONTON DE GENTE, María Eugenia López, nos dice:
«No creo que todo sea poesía, que todo sea arte. Está el mundo y después estoy yo. Y yo hablo».
Si quieren saber más de ella, chequeen «Para una historia de los Alimentos», el último libro que publicó bajo el sello editorial Zindo&Gafuri
LUNES 1 DE OCTUBRE DE 2018
Lectura de María Eugenia López en el MUNDIAL DE POESIA de Montevideo 2017
María Eugenia López
Nació en La Plata en 1977. Publicó Bonkei (La Plata, 2004; Sâo Paulo, 2014), Sybille Schmitz (plaquette, Santiago de Chile, 2007), Arena (México, 2009; La Plata, 2018), Jirones de París (Barcelona, 2014), Carlinga (La Plata, 2016) y en diversas antologías, revistas y sitios web.