Punk Rock

Walter Lezcano

 

Buenos Aires - 2017

62 páginas / 14 x 20

ISBN 978-987-3760-62-4

Si una banda punk

 

Si una banda punk
dura más
que un tema punk
es una estafa.

Sobrevivir es de caretas y de oficinistas
que trepan y luchan por un puesto
mejor
en la carnicería.

Si te vas a vender:
te saludo,
y te deseo
una muerte violenta.//

Sobre Punk Rock, por Horacio Fiebelkorn

 

Texto leído en la presentación

Pienso en las razones que llevaron a Walter a pedirme que presente su libro Punk rock.

Una, tiene que ver con la simpatía y el hecho de haber leído juntos y haberla pasado bien algunas veces. Y ahora además, por segunda vez, compartimos catálogo.

La otra es hipotética: acaso me ve como un rockero veterano, aunque a esta altura soy más lo segundo que lo primero, y mi relación con el punk, a inicios de los 80, duró lo que una canción punk: dos minutos y monedas. El pogo nunca me necesitó.

Dicho esto, y luego de leerlo por segunda vez, me da por pensar que Punk rock, novela en verso según define Walter, más que un retrato en código generacional, se va convirtiendo en una elegía pos-adolescente. Ojo, no una elegía en tono sentimental y pavote. Son los jirones de los años en que la materia de lo real se impone inapelable. No somos los genios que creímos ser en una noche de borrachera, y la magia que atribuimos a nuestros ídolos, no viene a los tres acordes que tocamos en la viola. El punk de los suburbios, no el del anglófilo barrio de Belgrano.

Punk rock es el tránsito rumbo a ese borde.

Porque no viene a vernos tocar esa persona que nos interesa. Desafinamos, todo es feo y absurdo.

Porque mientras tanto nos sorprende que alguien toque porque ama la música o busque un “algo indefinible”. Están locos, no quieren dinero ni chicas. Para qué es el rock and roll, sino para ganar dinero y convocar la atención de las chicas?

Así, el rock and roll como fantasía arltiana: salvarse para siempre con una banda. Ni rosas de cobre ni medias que no se corren: una banda punk. Pero eso no les funciona a todos. No todos los que juegan en inferiores llegan a primera.

Como es una novela en verso, o un largo poema narrativo, se nutre, como todo poema, de su propio fracaso. Y deja caer, como al descuido, estos versos:

“Los cables no saben

qué hacer”.

Dos versos maravillosos, la punta de la mecha: salidos, parece, de un arrebato, o dichos como al pasar, escapan de todo plan representacional. En versos como éstos,  Lezcano salta por encima de cualquier propósito. Le hace una zancadilla al pogo del lector, con los versos más punks del libro, los que te hacen parar la oreja, los que discuten con la fantasía de personajes obsesionados con el look como camino a una idea de “éxito” comprada en Sprayette.

¿Importa establecer en qué linaje literario se ubica Punk rock? No a mí. En todo caso, que lo diga otra gente.

Me interesa, sí, decir que como todo lo que es en verso (y el verso es la prueba fatal para cualquier prosa, porque no tolera una sola palabra al pedo) brilla en la fisura, es una narración llena de silencios, como todo poema que se precie. Es su mérito, y no es poco.

Horacio Fiebelkorn 

No me interesa la música como telón de fondo, entrevista por Mercurio Sosa

Walter Lezcano: “No me interesa la música como telón de fondo, para mí es una especie de ética y moral de cómo llevar adelante mi vida”

Por: Mercurio Sosa

El autor correntino editó más de tres obras sólo el año pasado. Entre la poesía y la docencia, los cuentos y el periodismo, habla sobre vivir más allá de las expectativas impuestas.

 

Enero: hace un calor infernal en la ciudad, el asfalto es una losa radiante, el vapor se levanta desde las baldosas y trepa por las extremidades. En Carlos Calvo y Salta hay un bar, desde la ventana se ven cuadros de Roy Lichtenstein. Adentro, por suerte, hay aire acondicionado y son cubano.  Puntualmente llega Walter Lezcano con chupines negros y una remera de The Clash.

***

Llegué del interior de la provincia de Corrientes, me trajo mi vieja cuando tenía unos meses de vida, se había escapado de Goya, del interior de la provincia. El entorno no le copaba y había unos problemas con mi viejo, nada violento, pero había una historia en la que ella no se sentía muy cómoda, sumado a la cuestión del lugar chico. Estamos hablando del año 79. Yo recién el año pasado volví porque me invitaron a la feria del libro. Es una ciudad que tiene un movimiento interno de pueblo, pero es una ciudad. Igual; imaginate en esa época, mi vieja siempre fue una persona muy inquieta y le parecía un lugar muy chico para lo que ella quería desarrollar. Después, en Buenos Aires estuvimos en unas pensiones en un par de lados, después en las casas de algunos familiares en el Oeste y después nos fuimos a vivir a la casa del papá de mi primera hermana: Laura. Nos fuimos a vivir ahí a Morón a la casa del chabón. Después, cuando mi vieja se separó del tipo, estuvimos viviendo en un par de casas de amigos y alquilando un par de casas por Pontevedra, Gonzalez Catán, Rafael Castillo, que son zonas heavys del Oeste profundo. Por ejemplo, en Pontevedra vivíamos frente a un campo y un día con unos amigos nos rateamos y fuimos a caminar por el campo y encontramos un muerto. Ese tipo de cuestiones. Cuando lo hablé con mi vieja se desesperó y nos fuimos a zona Sur, a Rafael Calzada.

¿Puede ser que ahí hayas tenido una especie de sello editorial?

No, eso fue cuando ya era mucho más grande. Se llama Mancha de Aceite y lo empezamos con Patricia Giménez, y eso fue ya en 2009-2010. Tenemos tres colecciones: Una de poesía, una de narrativa y otra que se llama Fuego Sagrado que es sobre música. Después  hicimos una colección que se llamó George Romero, de temática zombi. Ahí editamos cuatro plaquetas.

Le dedicás bastante de tu narrativa a la música. Tanto en La Ruta del Sol (Gourmet Musical) como en Punk Rock (Zindo & Gafuri). Tu escritura es bastante audiovisual. ¿Pensás la escritura en planos? ¿Los ves en tu cabeza?

Lo que veo en primera instancia es el germen de una máquina textual: una frase, una palabra o la unión de ciertas palabras, como una aproximación estética. Digamos, me enamoro de cierta oración, de cómo puedo plasmar algo. Por supuesto que nadie sabe de dónde viene eso, si tiene que ver con tu vida, con algo que viste, que leíste o escuchaste. Todo eso confluye en formas de palabras, y luego lo que hago es darle un contexto a todo eso. Lo que intento hacer es crear maquinarias estéticas, después si eso tiene alguna lectura visual está perfecto pero el origen en mi cabeza funciona en ese sentido: estético, de palabras, de impacto verbal.

En Punk Rock, el contexto que encuentro es el personaje va a visitar al padre que sólo habla de Malvinas, y él solo quiere hablarle del Punk en Inglaterra en los setentas y cuando en los noventas acá aparecieron Flema y Dos Minutos. ¿Cómo se te ocurrió mezclar esas miradas antagónicas de una persona que trae el pasado al ahora, que le interesa el impulso y la animalidad del Punk y por otro lado el padre perdiendo sus funciones cognitivas y encima habiendo quedado anclado en una época que fue terrible para él? ¿Cómo llegaste ahí? 

Ese poema en particular fue para trabajar sobre la memoria. Yo ya venía trabajando con esta serie de textos, que ya sabía que iban a parar a este libro. Pero me pareció que faltaba algo donde el personaje, que no soy yo pero sí son muchas personas que yo conocí, tuvieran una especie de anclaje con lo real, porque la construcción de una banda de rock, la elaboración de un sistema que permita tocar, llevar los instrumentos, todo eso, es medio un mundo de fantasía, así que necesitaba algo concreto. Y me pareció que el laburo con la memoria implicaría también ver de qué forma, nosotros, sobrellevamos los momentos inolvidables de nuestra vida. Obviamente, el recuerdo de una guerra es imposible de olvidar porque implica exposición, hambre, soledad, tristeza, violencia, situaciones que son absolutamente inigualables. Y la contraposición con la épica del pibe, la épica del Punk es que él no tuvo ninguna épica. Así que la única que le queda es la épica del exterior, de cómo se vivió el Punk en Inglaterra, en Estados Unidos. De cómo él quiere construir su propia épica. Él quiere transmitirle al padre su experiencia. Por supuesto que no se puede conectar, se dificulta mucho más con el Alzheimer del padre, entonces de alguna forma el trabajo con la memoria, con la experiencia, ese puente está absolutamente roto. Yo quería trabajar con eso: La imposibilidad de transmitir las experiencias, sobre la memoria, y sobre cómo la música para que tenga algún sentido y no sea sólo Pop Mainstream, necesita desarrollar una épica de sentido simbólico.

Es lo que veo en este libro, es el Punk fuera de la pose, despojado de su personaje. Como cuando se apaga la cámara del Punk ¿Qué es lo que pasa con la vida de estas personas? Por ejemplo en el último poema cuando él está cansado de llevar la banda adelante y decide renunciar, pero se da cuenta de que nunca en su vida va a poder hacerlo definitivamente.

Yo me crié escuchando música Punk, música Rock y Postpunk, y el rock de los 50′ y 60′, y Hardcore.  Y te hablo de los sonidos, de las canciones, y de cómo vivía esa gente, para mí todo eso es algo muy serio. No es una cuestión de música de fondo que escucho para ir a correr en los lagos de Palermo. No me interesa en absoluto la música como telón de fondo, para mí es una especie de ética y moral de cómo llevar adelante mi vida. Y esto mismo lo aplico a cómo me llevo con el de al lado, con el vecino, con el género femenino, con el trabajo que elegís para ganarte la vida, con la relación que tenés con tus amistades, con la posibilidad de construir algo interesante en el mundo. Pero por supuesto que nadie lo quiere hacer, todo el mundo quiere la pose y la vidriera, porque el día a día es invisible. Entonces, como nadie te está mirando te volvés un miserable. Quiero ir en contra de la miseria. Por eso trato de hacer mi revolución silenciosa y constante. Para mí el Punk es eso.

Vos tenés un poema de eso, él está tirado en la cama y se pelea con el poster, con la estrella.

Si, lo que pasa es que a veces es difícil distinguir qué te está vendiendo tu héroe: si te está vendiendo algo simbólico, si te está vendiendo solamente la pilcha y la guitarra o que lo adores y nada más. Me parece que en este último tiempo la gente se ha empezado a dar cuenta que no alcanza con adorar a un ídolo, no alcanza con encantarse con las melodías de un tema. Tu héroe musical tiene que representar algo más que una cara bonita y salir en todos los medios.

Saludablemente estamos más politizados. A mí me interesa la política cotidiana del día a día. Respetar el tiempo del otro, no violentar los espacios ajenos, votar a conciencia, militar por las causas que creas convenientes para tu vida. Todas esas cuestiones me parecen vitales, y ni siquiera tienen que ser puestas en cuestión, sino que tiene que ser algo cotidiano, creo que eso va a construir, no sé si un mundo mejor, pero va a hacer que tu mundo sea mejor.

La vida cotidiana en general, la vida común es poética, el tema es que tenemos que aprender a ver dónde está esa posibilidad que tenemos, de convertir esos hechos de la vida cotidiana en algo textual. En ese sentido hay que estar atentos, y ver qué cosas de nuestra vida se pueden convertir en material poético. Cuando digo nuestra vida no me refiero solo a la biografía, me refiero también a lo que vemos, lo que escuchamos, lo que nos cuentan, lo que pensamos, lo que soñamos, a lo que aspiramos; todo eso forma parte de nuestra biografía. La verdad es que todo es material poético, pero posta lo digo, me parece que la belleza existe porque sí y nuestro laburo es encontrarla. Creo que nuestra idea de belleza también es algo político y nos representa. ¿Qué es bello para vos, que es hermoso? Si uno lo verbaliza, bueno, listo, ya un poco te puedo conocer.

En febrero de este año sale un libro tuyo por Tusquets ¿no?

Tuve la suerte de que me aceptaron un texto que está, también, relacionado con la música. Se llama Luces Calientes, y trata un poco de cómo se dio el rock en el conurbano en el periodo posterior a la crisis del 2001, y como eso de alguna forma desembocó -por las condiciones socioeconómicas del país, por el ánimo de la gente, por cómo se estaba viviendo en general- en una tragedia en un boliche ¿De qué manera se sobrevive a eso? Cómo se sigue adelante luego de algo así. Luces Calientes aborda eso, la violencia que atravesamos la gente que vivíamos absolutamente solos, y huérfanos de cualquier referente; ni los padres ni los políticos, nada. Y que habíamos encontrado en el rock una forma comunitaria de vivir, como eso fue absolutamente destruido por la tragedia y cómo se sigue después de eso. Porque, qué se yo, estar vivo es un laburo de la concha de la lora, ¿y si a eso le sumás haber perdido a la gente que mas quisiste en tu vida? Terrible.

Siempre me interesó la gente que sobrevive, la gente que sigue adelante, la gente que a pesar de todo decide ser feliz ¿no? La felicidad como un gesto político, como un derecho, como decir bueno, por lo menos no nos sacan esto.

Las personas que venimos del fondo de la olla tenemos pocas posibilidades de desarrollar nuestros sueños. En general, nos educan para que no tengamos expectativas de ningún tipo. Hay que zafar de ese cerco mental, de ese cerco simbólico que está alimentado por políticos, publicidades, películas, vecinos. A eso agregale cuestiones raciales, sociales. Pero cuando vos rompés ese cerco, esa especie de cárcel, el mundo se vuelve una posibilidad, un terreno donde podes experimentar, donde podés tener experiencias reales y concretas que te van a modificar tu vida cotidiana. Yo quiero atravesar la vida de esa forma, tratando de ver qué pasa en la existencia más allá de los prejuicios, más allá de las expectativas que los otros tengan puestas en vos, más allá de los mandatos sociales, más allá de los mandatos raciales, más allá de los mandatos de clase también, porque los pobres tenemos nuestros prejuicios que nos condenan a determinados espacios. La esquina, el barrio, esa especie de karma que es todo el tiempo pensar de dónde venís, toda esa cuestión. Que son reglas impuestas y que la gente, generación tras generación, va obedeciendo sin saber por qué ¿viste? No sé, es algo que realmente me asombra. Pero yo lo que quiero es tratar que por lo menos en mi vida eso no esté presente. Bastante jodido es pagar el alquiler, conseguir que la persona que amás te dé bola, como para encima cargarme de todas esas cuestiones. Igual es un trabajo cotidiano que lleva toda la vida, y me va a llevar toda la vida, pero por lo menos estoy entrando en esa zona desde siempre, tratando de romper los cercos impuestos por el mundo.

¿O sea que no creés que en el corto plazo vayas a encontrar tu “zona de confort”, por así llamarlo?

No sé qué es una zona de confort porque me tengo que ganar la vida ¿viste?

Pero te sentás y la podés disfrutar

Por supuesto, cuando ocurre es una alegría inmensa. Pero también escabiar con amigos es una alegría inmensa, ir a ver una peli también, tomar mate con mi mamá, qué sé yo, digamos que hay cuestiones que vos también podés hacer que te van resolviendo la vida. Entonces yo creo que hay que hay que estar atento a que no te cague la vida la red social de miseria que circula. Hay que estar atento, hay que ver qué puede hacer uno para cambiar su recorrido, igual es complejo.

 

¿Y cuándo fue el momento en el que decidiste dedicarte a escribir? ¿Fue una revelación?

No, fue una decisión que luego derivó en una revelación. Cuando decidí empezar a escribir poemas, y digamos que era algo que iba a hacer, iba a empezar a probar cómo funcionaba, qué pasaba con esto, después de un tiempo me di cuenta que era un momento inigualable. Ya había jugado a la pelota, ya había debutado sexualmente, ya había escabiado, ya había fumado algún que otro porro, ya me había perdido en la noche de Capital y gran Conurbano, ya había atravesado algunas situaciones ¿viste?, que por otra parte es algo común a cualquier chico del Conurbano. Desde chico, ya sabés cómo  es, y sobre todo en familias grandes.

Cuando empecé a escribir me di cuenta que ahí había algo distinto, distinto a todo lo que yo había atravesado. Después de un tiempo de hacerlo bastante intensamente y de forma muy torpe, me di cuenta que era algo que iba a hacer toda la vida. Aparte yo ya venía leyendo mucho, pero mucho de verdad, y me di cuenta que quería vivir ese tipo de vida; relacionada con los libros, con la escritura, con la lectura; y un poco la decisión de ser docente viene de estar en contacto con eso. Después me di cuenta que estaba equivocado. Escribir y leer no tiene nada que ver con la pedagogía, con estar enfrente de un aula. Pero, bueno, hubo otros placeres también ahí, pero en esa primera instancia, en el germen de todo: fue alrededor de los 13 o 14 años. Vislumbré la posibilidad de tener algo en la vida, algo mío, algo que había elegido yo. Fue complejo, porque mi vieja en ese momento era enfermera, el novio de ella trabajaba como empleado de Telefónica, y toda la gente que me rodeaba tenía trabajos “normales” digamos. Y pensar eso, fue un riesgo ¿no? Igual fue problemático, porque a veces mi vieja estaba enojada porque yo leía mucho, y no arreglaba la pieza, no la ayudaba en la casa, o mis amigos venían a buscarme y yo no salía, cosas así. Era un problema. No era del todo agradable. También hubo un momento de duda, es una relación compleja con el tema, no te podés liberar de todas las sogas de manera tan rápida, necesitás habilitarte espiritualmente para que eso sea posible. Porque de alguna forma estás destinado a ciertos trabajos por ser quién sos y de dónde venís, digamos. Entonces, la cuestión de clase está muy presente ahí. Vos necesitás darte la libertad. Pero lo que digo es que pasa un tiempo hasta que eso sucede y se hace consciente.

Imaginate esto: Es lo que vos querés hacer y no conocés a nadie que lo haga, un poco eso ¿no? Resulta como un cuento de ciencia ficción. ¿Es posible viajar en el tiempo? Quizás, vos solo lo podés hacer  y no conocés a nadie que lo haga y es algo increíble. Bueno, vivir de la lectura y la escritura era lo más alejado que yo podía ser. Mucho más incluso que tener plata. También creo que hay que dividir esta cuestión de la vida civil de la vida “artística”, por llamarla de algún modo. Porque el escritor también va a comprar la leche, el pan, y necesita guita de donde sacar para eso. Yo el trabajo más noble que conseguí fue la docencia, ahí me quedé y estoy contento.

Y el periodismo también ¿no?

Si, totalmente, como que se armó un circuito entre periodismo, docencia, ahora también doy talleres y algunas colaboraciones también del tipo de algún prólogo, cierta participación en alguna mesa en actividades literarias, y, bueno, todo eso fue construyendo el sueldo mensual para pagar el alquiler y los fideos. En el medio de todo eso está la pulsión de escribir, el deseo de hacerlo, de concretar el deseo.

Lo que ocurre en el momento que me siento a escribir, un poco surge en el momento. Un efecto residual de cosas que ya venía pensando, o tomando notas en el celular, o imaginando. Igual me gusta un poco la improvisación del momento, el riesgo que implica sentarse sin nada y empezar a ver qué hay, como algo más de la situación, de desafiar a la página en blanco.

Me gusta meterme en el corazón de la experiencia, es algo más violento, uno quiere crear una maquinaria que funcione bien. No estás armando piecitas que la gente va a usar, querés conmocionar, querés que pase algo, que le pase algo distinto al lector. Eso no se piensa como un juego, no en mi caso, por lo menos como yo veo la literatura: de juego no tiene nada de nada. Pero es cierto que en algún momento, si es que alguno llega a tener la idea de método o de piloto automático, hay que tratar de destruirlo completamente, y a veces tenés mala suerte y no escribís más. Bueno, hay que correr ese riesgo. Si no sí se trata de un juego.

Walter Lezcano

Nació en Goya, Corrientes, en 1979. Es docente y periodista freelance en distintos medios como Brando, Rolling Stone, Revista Ñ, Eterna cadencia y Crisis. Es editor en Editorial Mancha de Aceite, la primera editorial de San Francisco Solano. Otros libros publicados:  Los mantenidos (Funesiana, 2011), Tirando los perros (Gigante, 2012), Los Wachos (Editorial Conejos, 2015), entre otros. Algunos de sus libros de poesía son: 23 patadas en la cabeza (Eloísa Cartonera, 2015), La vida real (Viajera Insomne, 2015), El condensador de flujo (La carretilla roja, 2015).

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